Es importante tener en cuenta cómo tenemos que acercarnos a Dios si queremos que se reúna con nosotros. Encontramos instrucción en cuanto a esto mientras estudiamos cómo Israel se le ordenó presentarse ante Dios.
En el monte Sinaí, el Señor le dio a Moisés el mandamiento relativo a un lugar central donde el pueblo de Israel vendría a adorar. Él dijo: “Y al lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando: vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos . . .”. Él continuó diciendo que en ese lugar “os alegraréis delante de Jehová vuestro Dios, vosotros, vuestros hijos, vuestras hijas, vuestros siervos y vuestras siervas” (Deuteronomio 12:11-12).
En el Libro del Éxodo, Dios le habló desde la montaña, dando instrucciones sobre la forma de construir el Tabernáculo y configurarlo. En Levítico, Dios habló desde el Tabernáculo, dando instrucciones sobre cómo los devotos debían utilizar ese lugar sagrado para acercarse a Dios. Los principios que se encuentran en el Libro de Levítico sobre la manera correcta de acercarse a Dios siguen siendo válidos hoy en día. Nos proporcionan instrucciones divididas en cuatro partes acerca de cómo acercarnos a un Dios santo. En primer lugar, debemos acercarnos al lugar donde Dios se reúne con Su pueblo de manera reverente. Debemos acercarnos en oración y en sacrificio. Y, por último, debemos acercarnos colectivamente, en compañía de otros creyentes. Si aplicamos este enfoque, vamos a obtener resultados.
Moisés aprendió a acercarse con reverencia a la zarza ardiente. Mientras cuidaba rebaños en el desierto, vio una zarza que ardía y no se consumía. Se acercó a ver qué pasaba, y oyó la voz de Dios diciendo: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5).
¡Donde Dios esté presente es tierra santa! Cuando llegamos a la casa del Señor, queremos recordar que estamos entrando en la presencia de Dios, y por lo tanto nos acercamos de manera reverente.
En Levítico 10, leemos lo que sucedió cuando los individuos se acercaron a Dios por imprudencia. Nadab y Abiú trajeron fuego extraño ante el Señor, y en última instancia, perecieron. Dios dijo: “En los que a mí se acercan me santificaré [apartado como algo santo], y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Levítico 10:3). No nos estamos acercando a un político o una figura importante de este mundo. ¡Nos acercamos al Creador de los cielos y de la tierra! Nos estamos acercando a nuestro Redentor, por lo que queremos acercarnos a Él con reverencia.
En Levítico 26:2, el Señor ordenó: “Guardad mis días de reposo, y tened en reverencia mi santuario. Yo Jehová”. La palabra santuario viene de una palabra latina que significa “sagrado” o “santo”. Cuando las iglesias se dedican, se apartan para uso santo. La oración en el día de la dedicación de una iglesia es que Dios habite en ese lugar, que vaya a ser un lugar de encuentro donde Dios morará entre Su pueblo.
En Levítico 1:1, el lugar de encuentro fue llamado el “tabernáculo de reunión”. También podría ser llamado el “tabernáculo de las citas”. Dios diseñó la iglesia para ser un lugar donde Él podría reunirse con usted y conmigo. Cuando vinimos aquí hoy, teníamos una cita—una cita para reunirse con Dios.
El Tabernáculo en los tiempos del Éxodo y Levítico era una estructura temporal, pero un acercamiento reverente no es menos importante en una estructura permanente como una iglesia. El salmista dijo: “Dios temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él” (Salmo 89:7). El profeta Habacuc dijo: “Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de él toda la tierra” (Habacuc 2:20). Entonces el profeta fue a hacer una oración, y en ella se vinculó avivamiento con reverencia. Él dijo: “Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí [en el temor de Dios]. Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos” (Habacuc 3:2). ¿Se imaginan lo que pasaría si hubiera un resurgimiento de la reverencia en las iglesias por toda la tierra? ¡Podría conducir a un avivamiento de nuestro espíritu! En el Nuevo Testamento, en el Libro de Hebreos, encontramos una orden similar. Tenemos que servir a Dios “agradándole con temor y reverencia” (Hebreos 12:28).
Cada uno de nosotros puede tomar acciones sencillas para indicar nuestra reverencia. En primer lugar, debemos acercarnos a la casa de Dios como un santuario—un lugar sagrado. Aquí en Portland, Oregon, Estados Unidos, disponemos de una parte independiente de nuestro edificio que sirve como santuario. Cualquiera que sea el diseño del edificio, cuando una estructura está siendo utilizado como una iglesia, no estamos llegando a un auditorio o en un centro de usos múltiples. Estamos llegando a un lugar en donde nos encontramos con Dios, por lo que queremos abordarlo como un santuario.
Queremos acercarnos con respeto y no con indiferencia. Es por eso que nos vestimos lo mejor que podamos, en lugar de vestirnos de manera muy informal. Este lugar es nuestro destino, y estamos llegando a reunirnos con Dios. Así que demostramos nuestro respeto por Él, vistiéndonos acorde a dicho evento.
No aplaudimos músicos que tienen un papel en nuestras reuniones. Aplaudimos a los artistas, pero los que participan en nuestras reuniones no son artistas; su propósito no es entretener sino apuntar hacia Dios. En una reunión del Evangelio (con alguna excepción para los niños), queremos decir “amén” en lugar de aplaudir.
La presencia de Dios es la razón por la que decimos “amén” en nuestras reuniones. “Amén” es un término bíblico. Expresa afirmación—indica “así sea” a todo que “así dice el Señor”. Queremos tener celo por lo que “así dice el Señor”. De hecho, cuando David pronunció lo que la Biblia se refiere como su primer salmo, dijo: “Bendito sea Jehová Dios de Israel, de eternidad a eternidad. Y dijo todo el pueblo, Amén, y alabó a Jehová” (1 Crónicas 16:36). Expresando nuestra afirmación de la Palabra de Dios es una manera de acercarnos a Dios con reverencia.
Nos acercamos en oración. Cuando Jesús vio que el Templo estaba siendo profanado por la compra y venta, volcó las mesas de los cambistas y persiguió a los que estaban haciendo de la casa de Dios un mercado. Él dijo: “¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Marcos 11:17). La iglesia no es el lugar para hacer negocios, hablar de política, o discutir los resultados del juego de pelota de ayer. ¡Venimos a reunirnos con el Señor! Estamos felices de ver unos a otros, por supuesto, pero llegamos al tabernáculo de reunión para adorar a Dios. Este no es un evento social. Nos gusta el compañerismo, pero la oración es el objetivo al final de nuestras reuniones. Todo, desde las primeras notas de la música hasta la bendición final, tiene un destino en mente, y el destino es arrodillarnos a reunirnos con nuestro Creador. Por medio del profeta Isaías, Dios prometió que los que “guarden mis días de reposo, y escojan lo que yo quiero . . . yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56:4,7).
Hemos de acercarnos a Dios en sacrificio. En el primer capítulo de Levítico, encontramos estas palabras: “Llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo de reunión, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda. Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová” (Levítico 1:1-3).
Dios había diseñado un lugar donde la congregación de Israel se reuniría con Él y oía Su voz, y Él ordenó que las ofrendas se presentaran de manera continua. Esto indica que hemos de llevar cuando nos acercamos a Dios. No hemos de venir con las manos vacías.
A menudo, animamos a la gente a venir a la casa del Señor esperando recibir. ¡Vengamos esperando para dar, y dar, y dar un poco más! Vivimos en una sociedad donde la mentalidad del derecho o la perspectiva de que alguien “nos debe” algo es común. Incluso nos enteramos de que Dios nos “debe” una llamada. ¡Dios no nos debe nada! Es la gracia de Dios que se extiende la misericordia para nosotros. Así que nosotros no venimos a la casa de Dios para ver lo que podemos conseguir. Venimos diciendo: “Señor, ¿qué puedo dar?” Si usted viene dispuesto a dar, recibirá lo que Dios quiere que reciba.
Cuando le damos al Señor en sacrificio, traemos algo que nos cuesta. Los israelitas tenían que traer de sus rebaños o manadas. No podían salir y encontrar un animal salvaje para capturarlo y traerlo al Señor. Ese tipo de sacrificio no les hubiera costado nada. Ellos tenían que traer un sacrificio de sus rebaños—un animal en lo cual hubieran invertido—y debían ofrecerlo en sacrificio.
Hemos de ofrecer voluntariamente. Levítico 1:3 dice: “. . . de su voluntad lo ofrecerá”. Cuando los niños son pequeños, son llevados a la casa del Señor por los padres. Cuando se hacen mayores, algunos vienen sólo porque sus padres así lo demandan. Sin embargo, llegará el día en que tienen que tomar la decisión de venir voluntariamente, y acercarse en sacrificio.
Por último, debemos venir ante Dios colectivamente. A veces la gente dice, “Oh, la iglesia no es para mí. Me gusta salir a las montañas, o al bosque, o ir a un lago, para estar en comunión con Dios”. Sin embargo, Dios ha ordenado que lo adoremos colectivamente. Él dice: “Esto será el holocausto continuo por vuestras generaciones, a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová, en el cual me reuniré con vosotros, para hablaros allí. Allí me reuniré con los hijos de Israel; y el lugar será santificado con mi gloria” (Éxodo 29:42-43). Eso fue en los tiempos del Antiguo Testamento, pero en los tiempos del Nuevo Testamento, el escritor de Hebreos dice: “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:25). Jesús mismo dijo: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). ¡Qué maravillosa promesa! Sabemos que el Señor está aquí con nosotros hoy porque hemos llegado según la Palabra de Dios.
Cuando los Hijos de Israel terminaron el Tabernáculo de acuerdo con la dirección de Dios, y se acercaron a Él de la manera que Él había prescrito, hubo resultados. Leemos en Éxodo 40: “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo” (Éxodo 40:34). Los Hijos de Israel vieron la manifestación del poder de Dios.
El tener la gloria del Señor llenar esta iglesia, no está más allá de nuestro alcance hoy. Cuando el pueblo de Israel obedecía y aplicaba lo que Dios había dicho, salieron como pueblo bendito. Nosotros también podemos tener esa experiencia.
¿Aplicará usted este simple acercamiento a Dios? Si lo hace, verá los resultados. Dios se reunirá con usted.
Darrel Lee es Superintendente General de la organización de la Fe Apostólica y pastor de la iglesia principal en Portland, Oregon.