Mi abuela nació hace muchos años en el seno de una devota familia Cristiana. Se casó con un hombre joven del vecindario, y de esa unión nació mi madre. Aún así, mi abuela se apartó de su formación Cristiana, y su matrimonio terminó en divorcio, con lo que mi abuela y madre quedaron solas.
Después de unos años, mi abuela conoció y se casó con un caballero. Entonces él falleció repentinamente de un ataque cardíaco, dejándolas solas una vez más. Sus amigos trataron de consolar a mi abuela y ayudarla en cualquier forma, pero nada era suficiente para aliviar el dolor que sentía.
Un amigo le sugirió a mi abuela que investigara el “espiritismo”, donde se podía contactar a una persona que hubiera fallecido. La abuela decidió intentar esto, esperando contactar a su recién fallecido esposo. Tuvo sesiones espiritistas en su hogar, quemó incienso, y se colocaron pequeños artefactos pertenecientes a esta tendencia en varios lugares de la casa. En su ignorancia, jugaron con asuntos muy serios, pero nunca se hizo contacto espiritual.
Pronto, la abuela enfermó mucho, teniendo devastadoras jaquecas. Desarrolló unas gruesas y oscuras ojeras y no podía conseguir alivio para el dolor. Mi madre se desesperó con la situación.
Un día mi madre fue por la casa, recogiendo todas las imágenes, incienso y artefactos pertenecientes a su exploración del espiritismo y los colocó en su delantal. Entonces fue hasta la estufa y empezó a echarlo todo al fuego, mientras reprendía a Satán. Cuando el último artefacto fue destruido, la abuela proclamó: “¡El dolor de cabeza se ha ido!” La experiencia los convenció de no tener nada que hacer en el espiritismo.
Unos años más tarde, mi madre se casó con mi padre. Mis padres buscaron por unos años una iglesia que predicara la verdad. Habían recibido a evangelistas en casa, estudiado con diligencia libros religiosos y participado en reuniones de distintas denominaciones, pero nada parecía ser la panacea de su necesidad espiritual. Eventualmente mi padre dijo que todas las religiones eran iguales y que ya había tenido suficiente.
Después de que nacimos mi hermano y yo, el matrimonio se volvió problemático y el divorcio parecía inminente. Papá trabajaba con un grupo de hombres que bebían licor en el trabajo. Pronto él también adquirió el hábito, lo cual causó un conflicto en casa. Mamá quería salvar el matrimonio, pero no podía encontrar una manera de hacerlo. ¡Estoy tan agradecida que el Señor guiara a mi familia en su búsqueda!
Un joven que se estaba quedando con nosotros para entonces, estaba consciente de nuestros problemas. Era de Wales, y había sido testigo de un gran despertar espiritual en ese país. Llegó a casa una tarde y le entregó a mi madre un periódico de la Fe Apostólica que había recibido en una reunión de calle. Le dijo: “Creo que esto es lo que estás buscando”.
A través del periódico, Dios le recordó a mi abuela de su herencia Cristiana. Ella se dio cuenta que la salvación sería la solución a los problemas en casa. Ella y mi madre empezaron a asistir a las reuniones de la Misión de la Fe Apostólica, pero por un tiempo estuvieron indecisas de si eso era lo que deberían hacer. Estaban confundidas sobre qué creer debido a las muchas religiones falsas en las que habían estado. En todo caso, un día Dios le habló desde el Cielo a mi abuela y dijo: “¡Esta es Mi gente!” Dios la convenció más allá de toda duda, y ella le entregó su vida al Señor en ese momento y lugar.
Desde ese momento no hubo más confusión o cuestionamiento. Eventualmente Dios salvó a mis padres también, y su matrimonio no se terminó. Nuestro hogar fue cambiado. No había más amenaza de divorcio – sólo el amor por Dios.
Yo era una persona con moral, pero mi necesidad por el Señor era grande. Estoy agradecida de haber entendido mi responsabilidad para el Señor y que oré por la salvación. Conseguí la misma respuesta desde el Cielo que mi familia. Cuando le pedí misericordia Él salvó mi alma también. Puso esa alegría, paz y felicidad en mi corazón, y me dio la esperanza del Cielo.
Muchas veces cuando he estado enferma, el Señor me ha sanado y me ha dado fuerza. Ha sido un privilegio el ir con los trabajadores del Evangelio quienes visitan hospitales y varios hogares de ancianos, a tocar hermosos himnos y repartir alegría y las maravillosas historias de Jesús.
Jesús ha sido mi consuelo y ayuda en años anteriores y sigue a mi lado. Nunca podré estar lo suficientemente agradecida por Su bondad hacia mí y mi familia. Mi oración es continuar así, disfrutando la salvación de Dios y esperando la vida eterna con el Salvador.
Leona Irvine era miembra de la Iglesia de la Fe Apostólica en Portland, Oregon, Estados Unidos, hasta su fallecimiento en 2010.