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Desde la Tragedia al Triunfo

Testimonios

Miré el cielo y le dije a Dios, “Si quieres que vaya a la iglesia esta noche, deja que esa estrella caiga”.

El poder de Dios puede rescatar al hijo de un predicador que se vuelve malo. Lo sé, porque ¡eso es lo que a mí me sucedió!

Mis padres me criaron en un hogar Cristiano y cuidadosamente me enseñaron la manera correcta de vivir. La Biblia era un libro abierto en nuestro hogar, y la asistencia a la escuela dominical y a la iglesia era requerida. Sin embargo, aunque yo sabía que Jesús había muerto en el Calvario de manera que nosotros pudiéramos ser perdonados, yo nunca había recibido una experiencia de renacimiento. De algún modo me había desviado del llamado de Dios a mi corazón.

Llegando a mis años adolescentes, comencé a adquirir malos hábitos. Beber, fumar, robar y apostar llegaron a ser partes de mi vida. Aunque había endurecido mi corazón, yo todavía no tenía ninguna duda de que Dios era real. Él me lo probó una noche en una manera inequívoca. Yo ya había resuelto en mi mente asistir a un baile esa noche, pero para llegar allí tenía que caminar frente a la iglesia donde una reunión especial de avivamiento se llevaba a cabo. Al acercarme al edificio de la iglesia, podía oír la gente adentro cantando las alabanzas de Dios. De algún modo el Señor colocó en mi corazón que yo debería entrar, en lugar de continuar hacia el baile. Pero aun mientras estos pensamientos atravesaban mi mente, continué sobre el camino. Miré el cielo y le dije a Dios, “Si quieres que vaya a la iglesia esta noche, deja que esa estrella caiga”. Levanté mi mano e indiqué una estrella brillante. ¡Mientras bajaba mi mano, la estrella cayó! En ese momento supe que Dios era real y que Él había oído mi oración. El temor golpeó mi corazón, y me di vuelta e inicié mi camino de vuelta a la iglesia. El diablo no me iba a dejar ir tan fácilmente, sin embargo, y algunos amigos pasaron en su automóvil en su camino al baile. Cuando ellos pararon y me invitaron a ir con ellos, yo no tuve el coraje de decirles no. Fui al baile.

Dios todavía trataba conmigo. Pasé algún tiempo en las fuerzas armadas. Entonces, después de recibir mi licencia, alquilé un apartamento en una ciudad vecina. Viviendo solo, por fin yo era mi propio jefe. Podía hacer mis propias cosas y vivir como quisiera. Mi papá había mandado en su casa, y nosotros no podíamos entrar borrachos, fumar en el jardín o nada parecido. Mientras estuve en el servicio militar, el ejército impuso sus reglas. Pero ahora no había nadie para mandarme.

Hice nuevos amigos. Las tardes y fines de semana las pasábamos bien – por lo menos, así es cómo lo llamábamos. Yo permanecería despierto toda la noche, regresaría temprano en la mañana simplemente con el tiempo suficiente para cambiarme de ropa e ir a trabajar. Pronto llegué a estar implicado en robos. En la planta donde era un dependiente encargado de envíos, podía sacar cosas por la puerta sin que nadie lo notara. ¡Oh, qué lejos yo había ido de mi entrenamiento Cristiano!

Gracias a Dios por Su fidelidad. Él me llamó la atención un día, y me hizo dar cuenta que me estaba jugando con la eternidad. En esa tarde de viernes, un amigo y yo comenzamos a hablar en el trabajo de como íbamos a vivir después de casarnos. Mi amigo dijo que suponía que engañaría a su esposa y que probablemente todavía no viviría una buena vida. Mi sentimiento era diferente. Le dije que cuando me casara, mi vida iba a cambiar. En mi corazón yo realmente creía lo que decía, y creo que Dios vio ese propósito. Hablamos por un rato y entonces dejamos el trabajo y decidimos pasar un tiempo trabajando en su carro. Para cuando llegamos al carro, una tormenta relampagueante se aproximaba. Empujamos el automóvil bajo un árbol para guarecernos de la lluvia, y levantamos el capó contra una línea de colgar ropa conectada al árbol. Yo me ponía en cuclillas contra el árbol tratando de permanecer seco, cuando el mecánico que estaba con nosotros dijo que necesitaba una linterna. La tienda más cercana estaba a un kilómetro y medio sobre el camino, pero yo decidí ir.

Cuando estaba para llegar de regreso al carro, el relámpago cayó. La corriente corrió por el árbol a través de la línea de colgar ropa al carro. Mi amigo estaba inclinado sobre el automóvil – donde yo había estado justo unos instantes antes – y él cayó al suelo, inconsciente. Con pánico, nosotros lo levantamos y rápidamente lo llevamos al otro automóvil. Encaminándonos al hospital, me agaché en el asiento posterior y le di respiración artificial, tratando de mantenerlo vivo.

La pesadilla no había terminado aún. Nosotros conducíamos rápido en la lluvia que caía, y el agua se acumulaba sobre la carretera. De repente el automóvil giró fuera de control. Mientras nos deslizábamos, la puerta posterior se abrió repentinamente, y el hombre que yacía sobre el asiento comenzó a deslizarse hacia afuera. Me estiré para asirlo, y entonces me estaba cayendo también. De algún modo cogí la manija de la puerta y me la arreglé para mantenernos a ambos dentro mientras el automóvil se deslizaba en círculos locamente.

Cuando finalmente nos enderezamos en el camino, continuamos hacia el hospital. Pero llegamos demasiado tarde; mi amigo murió.

Mientras iba a casa esa noche, Dios me habló. Él me preguntó, “Si hubiera sido tú, ¿donde habría pasado tu alma la eternidad?” Yo sabía la respuesta. Algo tenía que hacerse acerca de mi alma. Fui a casa y entonces fui a la iglesia, pero la gente estaba fuera en una convención en Century, Florida, Estados Unidos. ¡Oh, cómo quería que se apresuraran al hogar para que yo tuviera a alguien para orar conmigo! Después de una larga semana entera, ellos volvieron. La primera reunión fue un miércoles por la noche. Yo estaba ahí, y cuando la reunión había terminado, oré. Me arrepentí de todos los pecados que había cometido, y pedí perdón por haberle vuelto la espalda a Dios por tanto tiempo. Él no me rechazó a mí como yo se lo había hecho a Él. ¡Él me salvó! Qué paz y alegría vinieron a mi corazón.

El Señor me dio la maravillosa segunda experiencia de santificación, y luego me bautizó con el Espíritu Santo y fuego. Desde entonces, he vivido del lado de la victoria. A veces es sobre la montaña y a veces en el valle, pero ¡es el triunfo adondequiera! Cuán agradecido estoy por ser un niño del Rey.