¿Has deseado que tus esfuerzos hacia Dios fuesen más efectivos? ¿Has anhelado ser un poderoso testigo del Evangelio, siempre listo para iluminar a los demás con la Palabra de Dios? El Señor ha prometido el bautismo del Espíritu Santo para que Él sea parte de ti y te asista en estas necesidades.
El bautismo del Espíritu Santo es la experiencia de la llegada de la Tercera Persona de la Trinidad (el Espíritu Santo) a la vida de una persona para dar el poder para el servicio de Dios.
Con cada paso que una persona da hacia Dios, recibe una medida del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien convence al hombre de su pecado, y lo guía al arrepentimiento. Él da testimonio cuando una persona es salva, haciéndolo saber que es un hijo de Dios. El Espíritu Santo nos enseña la necesidad de tener más de Dios y guía a la persona convertida hacia la santificación, la experiencia que purifica el corazón. Pero es al recibir la experiencia del bautismo del Espíritu Santo que el Espíritu Santo viene a vivir en el corazón santificado.
El propósito principal de esta experiencia es para dar poder a los Cristianos. Jesús dijo a Sus discípulos: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos” (Hechos 1:8). Jesús les mandó a esperar en Jerusalén hasta que ellos recibieran este don prometido. Ciento veinte de los discípulos obedecieron y fueron bautizados en el Día de Pentecostés. Los resultados de esta experiencia fueron manifestados en las vidas de los discípulos. Predicaron el Evangelio con denuedo, y miles fueron convertidos.
También Jesús prometió que el Espíritu Santo habría de ser el Consolador (Juan 14:16), que Él guiará a toda verdad (Juan 16:13), y que Él traerá a memoria las palabras de Jesús (John 14:26).
El Profeta Joel habló acerca del bautismo del Espíritu Santo: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29).
Juan el Bautista profetizó que Jesús bautizaría con el Espíritu Santo. Él dijo, “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11).
Cuando el Espíritu Santo es dado, el testigo es que la persona habla en un idioma desconocido a él mismo. En el Día de Pentecostés “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:4). Aquellos de otras naciones quienes los oían decían, “Les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hechos 2:11).
En los años después de Pentecostés, el don del Espíritu Santo continuó. Este don fue dado aproximadamente ocho años más tarde en Cesarea (Hechos 10), y veintitrés años más tarde en Efeso (Hechos 19:6). Todos recibieron el Espíritu Santo hablando en lenguas como evidencia.
Desde entonces, muchas personas han recibido la experiencia del bautismo del Espíritu Santo con el mismo testigo, hablando en lenguas desconocidas a ellos mismos. Sin embargo, el don no consiste en el hablar en lenguas, sino en ser lleno con el Espíritu Santo, y el hablar en lenguas es la evidencia dada por Dios.
Dios bautiza hoy con el Espíritu Santo así como lo hizo en el Día de Pentecostés. Pedro dijo, “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39).
Para ser lleno con el Espíritu Santo, pasos esenciales deben ser tomados. Primero, la persona tiene que nacer de nuevo, justificado por la fe. El segundo paso, la santificación, ocurre cuando la persona salva se profundiza en consagración y Dios le purifica el corazón. Entonces el corazón está listo para recibir el don del Espíritu Santo.
Aunque definitivamente el Espíritu Santo había sido prometida a los discípulos, ellos tenían que orar y esperar diez días antes que les fuera dado el poder. Oración y consagración aún son necesarias para recibir este don. Dios requiere completa sumisión del alma, mente, cuerpo y espíritu. Él quiere el control de cada plan y pensamiento. A veces se necesita ferviente oración que le permita tomar completa dirección en toda área de la vida. Sin embargo, Dios posee la experiencia del bautismo del Espíritu Santo para cada persona que alcanzaré Sus requerimientos. Él no hace acepción de personas.
Con los discípulos no fue opcional el recibir o no el don del Espíritu Santo. Jesús los mandó a esperar este prometido poder. Hoy, el bautismo del Espíritu Santo tampoco es una opción. Esta experiencia es una necesidad para cada persona que quiere que su vida sea usada y bendecida por Dios.
Si has sido salvado y santificado, busca el bautismo del Espíritu Santo. Dios te lo dará, entonces de tu interior “correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38). La emoción que causa el tener la Tercera Persona de la Trinidad viviendo en tu corazón no puede ser explicada. Pero es de valor buscarlo hasta recibirlo.