¿Acaso es posible que individuos que han vuelto a nacer pierdan su salvación? ¿Una vez que personas son adoptadas dentro de la familia de Dios, no serán siempre Sus hijos? Estas preguntas pertenecen a los mismos cimientos de la teología Cristiana, y es importante considerarlas devotamente.
En primer lugar, considera cómo es que una persona se convierte en parte de la familia de Dios. La Biblia dice, “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Aún así, por piedad, Dios mandó a Su único Hijo a vivir como un hombre. Jesús entonces se entregó a Sí mismo a la muerte - una ofrenda libre de pecado en nuestro lugar. Así que, cuando venimos a Dios, confesando y abandonando nuestros pecados, Él nos perdona por la gracia de Jesús, y somos acogidos en la familia de Dios como Sus hijos. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16-17).
Después de este proceso de adopción, ¿es posible perder ese lugar como hijo? Muchos dicen: “Una vez un hijo, siempre un hijo”, queriendo decir que es imposible perder la relación con Dios. Sin embargo, esa teoría acarrea sus dificultades. Todos eran originalmente hijos del diablo, pues todos habían nacido en el pecado. Si es posible ya no ser hijo de Satanás, entonces es razonable que podamos dañar nuestra relación con Dios.
El profeta Ezequiel se refiere a este asunto cuando dice, “Apartándose el justo de su justicia, y haciendo iniquidad, él morirá por ello; por la iniquidad que hizo, morirá” (Ezequiel 18:26). Podemos ver que la Biblia es clara en afirmar la posibilidad de romper la relación con Dios y eventualmente perderse eternamente.
Considera las bendiciones que vienen con ser un hijo de Dios: alegría, paz, protección, la satisfacción de nuestras necesidades, sabiduría, libertad de condena y muchas otras, junto con la esperanza de vida eterna. ¿Por qué alguien escogería abandonar estos beneficios y retornar al cautiverio del pecado? Esto raramente ocurre en un momento, antes es más frecuentemente precedido por un deslizamiento gradual de Dios. El Señor quiere tener el primer sitio en las vidas de todos, pero fácilmente las prioridades cambian y el primer sitio es dado a la familia, al trabajo, a los cuidados de la vida o a la búsqueda del placer. Hay una tendencia natural del hombre hacia el egoísmo, que debe ser crucificada mediante comunicación cercana y un compromiso con Dios.
Cuando personas comienzan a desviarse de Dios, Él es fiel a recordarles de su necesidad de mantenerse cerca. No obstante, si ellos escogen ignorar esos recordatorios, se encontrarán a sí mismos alejándose más y más. Eventualmente se darán cuenta de que su primer amor por Cristo se ha ido, y están cometiendo pecado, lo cual es doloroso para Dios. El Apóstol Pedro dijo que ésta es una situación peor que la de nunca haber vuelto a nacer. “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2:20-21).
¡Qué condición tan lastimosa! ¿Puede haber alguna esperanza para tal persona? ¿Acaso es posible ser restaurado como hijo de Dios después de desviarse? El Profeta Ezequiel dice: “Y cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; si él se convirtiere de su pecado, e hiciere según el derecho y la justicia, si el impío restituyere la prenda, devolviere lo que hubiere robado, y caminare en los estatutos de la vida, no haciendo iniquidad, vivirá ciertamente y no morirá” (Ezequiel 33:14-15). Hay esperanza, y esa esperanza se halla en el arrepentimiento.
El Rey David es un ejemplo excelente de esto. Cuando aún pastoreaba ovejas, fue elegido por Dios para ser el líder de los Hijos de Israel. Por muchos años, David siguió a Dios y gozó de Sus bendiciones y protección. Dios dijo que era un varón conforme a Su corazón. Un día, sin embargo, observó demasiado la tentación que le puso el diablo en su camino. Determinó tomar una acción que sabía estaba mal, y procedió a cometer adulterio y después a planear el asesinato de un hombre. ¡Qué tan lejos cayó de la rectitud que había caracterizado su vida! Aún así, cuando su pecado fue señalado por el profeta de Dios, le clamó a Dios con angustia de corazón. Dios vio el arrepentimiento, perdonó a David, y lo restauró a la salvación.
De esa manera, la ilimitada piedad de Dios puede alcanzar a una persona que le ha fallado miserablemente a Dios y ha caído al pecado más vil. La misma piedad puede alcanzar al uno que se ha vuelto negligente y superado por el mundo, aunque sus pecados no parezcan tan penosos. Todo pecado es deplorable para Dios. El Apóstol Juan dijo: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Sólo recuerda: es imperativo arrepentirse rápidamente de cualquier pecado y encontrar el perdón que Dios quiere dar.
Aunque tal piedad es una gran esperanza para una persona que se ha alejado de Dios, es importante que no demos por sentada esa piedad. Dios compró nuestra redención a un gran precio, y no debemos tomar a la ligera la salvación que Él nos ofrece. Si personas continuamente rechazan a Dios y a Su plan de salvación, Dios dejará de llamar a sus corazones. No encontrarán lugar de arrepentimiento, porque ellos han rechazado Su piedad demasiadas veces. Apreciemos la piedad que Dios extiende sobre nosotros y valoremos el privilegio de ser Sus hijos. Sigamos Sus mandamientos y mantengámonos en cercana comunicación con Él. Entonces algún día alcanzaremos el Cielo, donde nuestras almas estarán seguras eternamente.