Dios me estaba cuidando desde el principio de mi vida. Cuando tan sólo era un bebé, hubo un terremoto y un ladrillo cayó sobre mi cuna momentos después de que me hubieran sacado de ella. He pensado en ese milagro muchas veces cuando he necesitado que el Señor se encargue por mí. Si me salvó la vida en ese momento, puedo confiar en Él para que me ayude a lo largo de ella.
Hubo muchos momentos difíciles en mi infancia. Mi papá estaba en Guatemala y nosotros vivíamos con mi mamá y padrastro en California del Sur, Estados Unidos. Mi madre era extremadamente estricta y no nos dejaba ir a ninguna parte excepto a la escuela y a un estacionamiento que se encontraba cruzando la calle donde patinábamos por horas cada fin de semana.
Luego, cuando estaba en tercer grado, mi primo nos invitó a mis hermanos y a mí a la Iglesia de la Fe Apostólica en Los Ángeles. Increíblemente, mi mamá nos dejó ir. La escuela dominical tenía un concurso misionero, y mi primo llevó a mis dos hermanas, mi hermano, a mí y algunos otros primos. Como premio, recibió una Biblia nueva, con su nombre impreso en la portada.
Vivíamos muy lejos de la iglesia para que el autobús de la escuela dominical nos pasara buscando. Sin embargo, una de las damas de la iglesia nos buscaría y llevaría hasta la escuela dominical fielmente durante tres o cuatro años. Siempre estaba feliz de vernos y nos recibía con una sonrisa amistosa. A pesar de que el primo que nos invitó dejó de ir, nos gustaba la escuela dominical y queríamos estar allí. La iglesia era otro lugar al que mi mamá nos dejaba ir y se convirtió en mi refugio de un hogar infeliz.
Además de la escuela dominical, se nos permitía asistir a otras actividades de la iglesia, como salidas especiales y picnic. Una vez al mes, tenían el Club del Reino de los Niños donde hacíamos manualidades y juegos y se nos contaba una historia Bíblica y una lección. Durante este tiempo comencé a aprender sobre el amor de Dios hacia mí, cómo Jesús murió en la Cruz y sobre la salvación. Nunca había escuchado acerca de la salvación, a pesar de que en diferentes ocasiones fuimos a varias iglesias y en cierto momento hasta asistimos a algunas clases de religión. Aprender sobre el amor de Dios tocó mi corazón debido a que me preguntaba cómo alguien que no me conocía podía amarme tanto. Pero, claro que Dios me conocía, y también conocía el dolor y tristeza que sentía en mi corazón. Siempre esperaba las actividades de la iglesia. Era un momento para estar lejos de casa y para estar junto a personas Cristianas. Yo era muy feliz cuando estaba lejos de casa.
Cuando los problemas en casa empeoraron mi mamá se mudó y no pudimos asistir más a la iglesia. En la escuela dominical había aprendido a leer la Biblia y orar, y lo hacía sola cada vez que me acordaba. Traté de ser buena y hacer las cosas bien, pero me sentía sola e infeliz. Después de un tiempo, mi mamá nos envió a vivir con nuestro papá. Fue un reto tratar de adaptarse a una nueva familia, en un lugar nuevo, y la infelicidad aún se encontraba en mi interior. En pocos meses, mi papá nos envió de nuevo a vivir con nuestra mamá. En todas las dificultades, siempre recordaba a la gente de la iglesia y lo buenos que eran con nosotros. Una vez, uno de los maestros de la escuela dominical encontró nuestra dirección y nos envió una tarjeta. Estaba emocionada de saber que nos recordaban y que también oraban por nosotros. Extrañaba mucho a mis amigos y a la gente de la iglesia, y me dolía vivir lejos de ellos.
Llegó un momento en que el dolor y la infelicidad en casa alcanzaron un punto que no pude soportarlo más. Un día cuando tenía catorce años, mi hermana y yo empacamos y huimos de casa. Estuvimos por nuestra cuenta algunas semanas, y en situaciones potencialmente peligrosas. Luego contactamos a nuestra hermana mayor, y nos ayudó a regresar a su casa en Los Ángeles. Una vez que vivíamos con mi hermana, pudimos comenzar a asistir a la iglesia nuevamente. Me sentía muy mal por haberme escapado de casa y dejar a mi mamá y a mi hermano. Sabía que no estaba bien con Dios y que necesitaba pedirle perdón. Oré, y el Señor me perdonó y me salvó maravillosamente. Le agradezco por eso y por mantenernos a salvo mientras estuvimos por nuestra cuenta. Pocos meses después, Dios me santificó. En una reunión especial de nuestra iglesia en San Francisco, recibí el bautismo del Espíritu Santo. El diablo me hizo dudar acerca de lo que había recibido del Señor, así que continué orando por esto alrededor de seis meses. En un campamento juvenil para nuestras iglesias de California, el Señor me reafirmó que tenía al Espíritu Santo.
En mi primer campamento juvenil cuando estaba en cuarto grado, aprendí que Jesús era la respuesta a todo lo que se presenta en la vida. En los años siguientes, Él me lo ha probado personalmente una y otra vez. Cuando terminar la secundaria parecía imposible debido a situaciones familiares, el Señor me permitió vivir con una familia Cristiana y terminar la escuela. Más tarde, en una serie de circunstancias especiales, el Señor me guió al hombre correcto para casarme. Parecía que Dios hubiera armado un rompecabezas, elaborando cada detalle de mi vida. El Señor hasta hizo posible que mi padre, a quien no había visto en diez años, me llevara al altar el día de mi boda. Fue un milagro.
Después de casarnos, yo quería un trabajo donde pudiera utilizar mis habilidades para hablar español y fue frustrante que nada parecía funcionar. Luego tuve la oportunidad de trabajar en la oficina de la iglesia para ayudar con la traducción de las lecciones de español de la escuela dominical. Sentí como si hubiera recibido una doble bendición–una vez en inglés y una en español. Tiempo después, Dios me abrió el camino para ir a la universidad y convertirme en enfermera y ahora puedo ser luz para Él en el hospital donde trabajo.
Uno de mis privilegios por varios años ha sido participar en la escuela dominical. Debido a lo que la escuela dominical ha significado en mi vida, sé lo importante que puede ser. Todos los aspectos de alcance de la escuela dominical–carteleras de anuncios, programas navideños, pensum, campamentos juveniles, y muchos otros–son importantes. Más que todo, deseo que los estudiantes sientan el amor de Dios viniendo de mi vida, de la misma manera que yo lo sentí en las vidas de los que hicieron esfuerzos por mí.
A veces ha parecido como si hubiera tenido que orar por mucho tiempo antes de la llegada de una respuesta, pero Dios nunca ha fallado. Estas son sólo algunas de las cosas maravillosas que el Señor ha hecho por mí. Gracias a Dios, mi vida en estos momentos es muy buena. El Señor me ha recordado la promesa que le hice cuando fui recién salvada. Le prometí que le serviría–con o sin problemas, un esposo, una carrera o dinero. Ese propósito aún está en mi corazón. Jesús es mi mejor amigo y siempre está allí cuando lo necesito. Lo amo por lo que ha hecho en mi vida y por quién es. Estoy muy agradecida de que se preocupe por mí y me haya dado tanto.
Valeska Paulsen es miembro de la Iglesia de la Fe Apostólica en Portland, Oregon, Estados Unidos, donde ella y su esposo lideran el Departamento Junior de la escuela dominical.