de un sermón por Darrel Lee
En los primeros capítulos de la epístola del apóstol Pablo a los romanos, se explica la doctrina de la justificación por la fe. Pablo estaba escribiendo para un público principalmente judío, enseñando que la justificación viene por la fe y no por las obras de la Ley. En Romanos 4:3 leemos la declaración de Pablo sobre la fe de Abraham: “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”. La palabra griega traducida contado en este versículo es un término que se refiere a los créditos que se colocan en la cuenta de alguien. El mismo verbo también se traduce “contado” y “atribuye” en los versículos siguientes, y proporciona el sentido de una contabilidad que es favorable.
Entonces, ¿qué es la fe que cuenta?
Pablo no se limitó a predicar “creer”, pero describió la transformación del corazón y el comportamiento que resulta de la fe que cree. También los pecadores pueden creer que Dios existe, pero ese tipo de fe no “cuenta”, como la fe que abraza a Dios, se familiariza con Él, y experimenta el cambio de corazón que viene con la fe que cree.
Usando el ejemplo de Abraham, Pablo señaló que la justicia de Abraham no fue el resultado de sus obras. Después de afirmar que Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia, Pablo continuó: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4-5).
No podemos obtener la salvación por medio de obras. Si la salvación se basa en las obras, sería algo que podríamos ganar—una deuda que podríamos pagar. Sin embargo, no podemos ganar nuestro camino al Cielo; la salvación es un regalo gratuito. El medio por el cual Dios atribuye justicia a la cuenta de un pecador es perdonando su pecado, a través de un regalo de la gracia o favor inmerecido. Nuestra parte es simplemente confesar nuestros pecados, apartarnos de ellos, y abrazar la expiación que Cristo provee. Cuando aceptamos Su provisión por la fe, experimentamos un cambio de corazón el cual conduce a un cambio de comportamiento. No vivimos en la forma en que solíamos vivir. Así que la justificación no viene por las obras, sino por la fe.
Ya que ciertos Cristianos judíos insistieron en que los Cristianos gentiles fuesen circuncidados de acuerdo con la Ley judía, Pablo continuó explicando a su audiencia judía que la justificación no fue provocada por el rito de la circuncisión, sino por la fe. Pablo demostró esto a su público señalando que Abraham fue justificado por la fe antes de que se instituyera el rito de la circuncisión. Del mismo modo, sabemos que la justificación no es provocada por las obras de la Ley, porque Abraham fue justificado antes de que se diera la Ley. La fe que cuenta es la fe que justifica lo cual cambia el corazón.
A menudo medimos nuestros sentimientos. Recientemente, mi esposa tuvo dos cirugías para reparar una fractura en una de sus piernas. Durante el período de cuarenta y ocho horas que ella tuvo de pasar en el hospital después de cada cirugía, enfermeros venían en forma periódica para preguntarle cómo se sentía. Ellos le pedían que evaluara su nivel de dolor en una escala del uno al diez, siendo uno el mínimo y el máximo siendo diez. El personal utilizó este método para determinar cómo se sentía físicamente.
También medimos cómo nos sentimos emocionalmente. Si yo le preguntara a usted, “¿Cómo está hoy?”, la respuesta podría estar basada en su estado de ánimo. Usted podría decir: “Me siento bien”, o “No me siento muy bien hoy”. Podemos sentirnos desanimados o alegres, felices o tristes, y en esto es lo que se basa nuestra respuesta.
Es importante no confundir lo que sentimos con cómo está nuestra fe. Si yo le preguntara a usted, “¿Cómo es su fe hoy?” su respuesta podría ser: “Pienso que un cuatro. Estoy pasando por algunas cosas, y estoy un poco desanimado”. O quizás usted respondería: “¡Es un diez! Dios contestó mi oración ayer y estoy en la cima del mundo”. Sin embargo, usted no está midiendo su fe—lo que está midiendo son sus sentimientos. La Biblia dice que si tenemos fe como un grano de mostaza, podemos mover montañas, por lo que no debemos dejar que nuestra fe sea gobernada por nuestros sentimientos. ¡La fe que cuenta es la fe que vence sentimientos! Sentirse como un cuatro en una escala no indica una falta de fe; sólo mide emociones.
Una vez, un hombre cuyo hijo sufría de convulsiones graves se acercó a Jesús y le pidió al Señor que tuviera compasión y los ayudara. El hombre se sintió abrumado por la aflicción que su hijo estaba soportando. Si usted le hubiera preguntado a aquel padre cómo estaba su fe, su respuesta probablemente habría sido: “Es un uno, como máximo. Estoy completamente abrumado y desesperado”. Sin embargo, esa respuesta sólo hubiera descrito cómo se sentía. El hecho de que él vino a Jesús indica que su fe estaba muy bien. ¡Él no hubiera venido al Señor si no tenía fe! Jesús le dijo: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:23-24). En su condición abrumadora, el padre probablemente sintió que casi no creía, pero su fe contó y su hijo fue sanado.
La medida de nuestra salud física podría ser nuestra temperatura. La medida de nuestros sentimientos podría ser nuestras emociones. Sin embargo, la medida de nuestra fe, aunque un poco más intangible, puede ser encontrada en lo que vencemos. Se pone de manifiesto cuando las circunstancias están en contra de nosotros y nuestros sentimientos están bajos, pero la fe nos lleva todavía. Esa es la medida de nuestra fe. Creemos a Dios no por lo que Él hace, pero porque la Palabra de Dios dice que es necesario que el que se acerca a Dios “crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). La fe que cuenta es la fe que vence sentimientos.
La fe guía nuestras vidas, no sólo en teoría, pero en la práctica. Romanos 1:17 nos dice: “El justo por la fe vivirá”. Una vez más, Abraham es un ejemplo. Abraham y su pueblo vivían en Ur de los Caldeos, la cuna de la civilización, el cual parece haber sido un lugar de prosperidad. También era una tierra de idolatría y el libertinaje moral. Dios lo llamó a salir de ese lugar a un lugar que no fue revelado. No sólo era el destino incierto, pero las condiciones que Abraham encontraría en ese destino eran inciertas. Salió sin saber a dónde iba, por la fe. Cambió lo cierto por lo incierto, la seguridad por la inseguridad. Abraham dejo Ur debido a un llamado divino.
Dios llamó a Abraham y Dios nos llama. Como Cristianos, elegimos el camino de nuestras vidas según el llamado divino de Dios. Oramos acerca de las decisiones que debemos tomar y sometemos nuestras voluntades a la voluntad de Dios. El mundo no puede comprender el actuar de este modo. Tal vez amigos y compañeros no entienden por qué nos abstenemos de aprovechar de la próxima oportunidad sino elegimos hacer de esto un asunto de oración. El hecho es que mucho de lo que podríamos llamar la “certeza” realmente constituye “incertidumbre”. No sabemos el final, por lo que nos sometemos a la voluntad de Dios—creemos que Dios lo sabe. Él ve alrededor de la siguiente curva a medida que caminamos con Él. Él conoce el futuro y sabe lo que es mejor para nosotros, así que miramos hacia Él por dirección.
Vivir por fe es algo más que responder inicialmente a la llamada. Por la fe, Abraham habitó en la tierra prometida como en tierrra ajeno. A la mayoría de nosotros nos gusta establecernos donde conocemos gente, donde el entorno es cómodo y familiar. Abraham se sometió a la voluntad del Señor sobre la base de promesas que Dios le había dado, a pesar de que se dio a conocer que muchas de esas promesas no se cumplirían durante su vida. Sin embargo, él las vio de lejos, las abrazó, y confesó que era un peregrino y un extranjero en la tierra donde Dios lo llevó.
Nosotros también somos peregrinos y extranjeros. No queremos establecer raíces muy profundas en este mundo presente porque estamos sólo de paso por él. Somos ciudadanos de otra tierra. Tenemos un futuro incierto en este mundo; ninguno de nosotros sabe lo que depara el futuro. Pero la fe que cuenta es la fe que depende del Señor para guiarnos a través de la incertidumbre y en última instancia, llevarnos al Cielo.
A menudo nuestras circunstancias naturales presentan un desafío a la fe. Cuando leemos en Romanos 4:3 que “creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”, se refiere a que Abraham creyó en una promesa específica. Dios le dijo a Abraham que su descendencia sería en número como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar. Sin embargo, ¡Abraham tenía unos cien años y estaba casado con una mujer que tenía noventa! En lo natural, era imposible para ellos el tener hijos, pero Abraham creyó en la promesa de Dios.
Abraham no estaba ignorando las circunstancias naturales que parecerían hacer que el cumplimiento de esa promesa fuese imposible. De hecho, cuando fue revelado a Abraham que él y Sara tendría un hijo en un año, se rió. Era humoroso para él el pensar que iban a ser padres a su edad, pero él lo creía de todos modos. Leemos en Romanos 4:19: “Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto, (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara”. ¡Él creyó a Dios, y esto contó!
Leemos que por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir y dio a luz a un niño aun fuera del tiempo de la edad. ¿Por qué? Porque creyó que era fiel a quien lo había prometido. Abraham y Sara incluso nombraron el niño Isaac, que significa “risa”. Dios había cumplido Su promesa, y ahora se estaban riendo de alegría. Se reían mientras glorificaban a Dios. Las circunstancias estaban apiladas hasta las nubes en contra de ellos, pero su fe contó y venció las circunstancias.
Nosotros también podríamos enfrentar circunstancias que desafían nuestra fe. Podemos ver una situación ante nosotros y no ver ningún camino a una solución—en lo natural parece imposible. Sin embargo, creemos que Dios hará un camino porque Él dijo que lo haría.
No hay tal cosa como un “fe ciega”. La fe se basa en las promesas de Dios y la seguridad de que Él está en la escena. Es algo en lo que podemos contar. Esa es la fe que Abraham y Sara tenían—Dios lo había dicho, contaban con él, y Dios cumplió de acuerdo a Su Palabra. La fe que cuenta vence circunstancias.
La fe que cuenta es una fe que vence incluso la muerte. En Romanos 4:17 leemos que “a quien creyó [Abraham], el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen”. Algunos años después del nacimiento del hijo de la promesa, Dios ordenó a Abraham que tomase a Isaac y lo ofreciera como sacrificio. Leemos en Hebreos 11:17-19, “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir”. ¡La fe que cuenta es la fe que resucita! Eso es lo que Abraham tenía. Él creía que Dios levantaría a Isaac de entre los muertos si Dios en verdad le obligaba a ofrecer ese sacrificio. En lugar de exigir eso, Dios proveyó un sustituto.
Como Abraham, la justicia será atribuida a nosotros si creemos. En Romanos 4:24-25 leemos estas palabras: “Sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”. Uno de estos días se tocará la Trompeta. La Biblia dice que los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros vivos los que hayamos quedado, también, seremos arrebatados juntamente con ellos en el aire. ¡Vamos a necesitar la fe que cuenta en el Rapto! Podríamos preguntarnos cómo sucederá. En lo natural, parece imposible. Sin embargo, nuestra fe sabe que Dios hará lo que dijo que haría. Él resucitará a los muertos en Cristo y también arrebatará fuera de este mundo a los creyentes que aún viven.
¿Tiene usted la fe que cuenta hoy en día? La fe que cuenta hará un cambio en su corazón. Vencerá todos sus sentimientos y las incertidumbres de la vida. Le llevará a través de circunstancias imposibles con un grito de batalla y la victoria en su corazón, porque usted sabe que Dios ha escuchado su oración. Y algún día, ¡que transportará de este mundo al próximo!
Darrel Lee es Superintendente General de la Iglesia de la Fe Apostólica y pastor de la iglesia sede en Portland, Oregon, Estados Unidos.