Un extracto del Manual de los Ministros de la Fe Apostólica
El matrimonio es una institución sagrada originada por Dios. Según la Escritura, es una relación de pacto que establece un vínculo entre un hombre y una mujer que se disuelve sólo cuando la muerte causa la inevitable separación.1
El diseño de Dios para el matrimonio se remonta al principio del hombre. Los primeros capítulos de Génesis relatan cómo Dios habló el firmamento en existencia, y creó agua, tierra seca, vegetación y toda criatura viviente. Entonces creó al hombre. Aunque Dios consideraba todo lo que había hecho “muy bueno”, procedió a identificar algo que no era bueno: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18). Para hacer frente a la necesidad del hombre de un compañero adecuado, Dios causó que cayera un sueño profundo sobre Adán. Entonces tomó una de las costillas de Adán, y de ella “hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Génesis 2:22).
Entonces, algo ocurrió: ¡Dios instituyó el matrimonio! Dios hizo a los dos como uno, e inmediatamente dio la primera instrucción bíblica acerca de esta unión: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Así, según el decreto de Dios, la unión matrimonial trasciende incluso el vínculo entre padre e hijo.
La Escritura da varias pautas con respecto a con quién una persona debe casarse. Primero, está claro que el matrimonio debe ser entre un hombre y una mujer. La mujer fue creada específicamente por Dios para ser una “ayuda para él [hombre]” (Génesis 2:18, 20). El significado literal de esta frase es “una ayudante que corresponde al hombre”—una que era igual y adecuada para él. Ella estaba perfecta y exclusivamente formada para complementar al hombre física, mental y espiritualmente.
Aunque el matrimonio, tanto bíblico como tradicional, ha sido definido como la unión de un hombre y una mujer como marido y marida, algunos están tratando de cambiar esa definición para decir que el matrimonio es la unión legal de dos individuos, independientemente del género. Sin embargo, la Biblia deja claro que una relación física entre dos hombres o dos mujeres es una abominación. Levítico 18:22 dice: “No te echaras con varón como con mujer; es abominación”. La sociedad puede mirar en la unión del mismo sexo como un “estilo de vida alternativo” o simplemente una cuestión de elección, pero estas relaciones están claramente condenadas por Dios.2
Otra pauta básica sobre la elección de un compañero para matrimonio se encuentra en 2 Corintios 6:14, que dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión tiene la luz con las tinieblas?” Los que son salvos necesitan buscar a otro creyente como compañero de matrimonio. Esa persona necesita ser más que sólo religiosa; los dos necesitan ser uno en fe y doctrina.
Un cuidado extremo debe ser tomado al elegir un compañero de matrimonio, porque la Palabra de Dios enseña que el matrimonio debe ser una relación exclusiva: una unión de por vida, fiel a su cónyuge. Marcos 10:9 dice: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. Mientras la ley de la tierra puede permitir la disolución de un matrimonio, ante los ojos de Dios ese matrimonio existe hasta que uno de los cónyuges del matrimonio muere.
El divorcio nunca fue parte del plan de Dios, porque Él tenía la intención que el matrimonio fuera entre una mujer y un hombre, para toda la vida. El profeta Malaquías reprendió a los hombres judíos por divorciarse de sus esposas, advirtiéndoles: “No seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud” y luego continuando: “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio [el divorcio]” (Malaquías 2:15-16).
Bajo la Ley de Moisés, el divorcio fue tolerado bajo ciertas condiciones debido a la dureza de los corazones del pueblo. Cuando los fariseos del día de Jesús lo interrogaron acerca de esto, respondió: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” (Mateo 19:8). Jesús estaba reiterando que la intención divina para el pacto de matrimonio no incluía la disolución de ese vínculo sagrado.
Jesús sí proveyó una provisión para “el repudio” de una esposa. Esto se describe en Mateo 19:9, “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera”. Este versículo se refiere a la ley judía concerniente al acuerdo de matrimonio. Bajo esa ley, el acuerdo de matrimonio era tan vinculante como el voto matrimonial. La pareja se reunió para hacer el acuerdo, pero una vez que el acuerdo se había hecho, los dos individuos no se reúnen durante aproximadamente un año, lo que les permite a cada uno de ellos tiempo para prepararse para el matrimonio. Cuando terminó ese período, se reunían y el matrimonio se consumaba. Si, durante ese período de compromiso, uno rompía el acuerdo al tener una unión sexual con otra persona, eso era fornicación. Según la ley judía, eso era motivo para que el acuerdo matrimonial fuera disuelto.
José es un ejemplo de esto. En Mateo 1:18-19 leemos: “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente”. José sabía que él no había tenido relaciones físicas con María, sin embargo, se encontró que estaba embarazada. Toda la evidencia parecía indicar que había sido infiel, pero el ángel del Señor vino a tranquilizarlo. De lo contrario, podría haber obtenido un certificado de divorcio y repudiarla porque, en una situación normal, su embarazo habría sido prueba de un acto de fornicación.
Cuando un creyente está casado con un no creyente, el individuo salvado no tiene licencia para divorciar al no salvo. La Biblia dice: “Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone” (1 Corintios 7:12-13).
Pablo continúa diciendo: “Si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O que sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Corintios 7:15-16). La fidelidad de un cónyuge Cristiano puede hacer que el individuo no salvo se vuelva a Dios.
Algunos enseñan que la frase “no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre” en el versículo 15 significa que el creyente es libre de casarse de nuevo. Sin embargo, Pablo deja claro las condiciones bajo las cuales un creyente es libre de casarse de nuevo en el versículo 39, donde dice: “La mujer casada está ligada por la ley mientras su marido vive”. Así, en versículo 15 Pablo simplemente estaba declarando que si el cónyuge incrédulo insistía en irse, el cónyuge creyente no estaría bajo ninguna condena por el hecho de que el cónyuge incrédulo abandonó el matrimonio.
A veces, el matrimonio de un Cristiano puede terminar en divorcio, a pesar de sus intentos de evitar ese resultado. Sin embargo, incluso cuando un creyente ha sido abandonado y divorciado por un cónyuge infiel, la Escritura no permite un nuevo matrimonio mientras que el primer cónyuge sigue vivo. Todavía existe la posibilidad de que el cónyuge apartado se arrepienta y desee volver al voto matrimonial hecho ante Dios, pero si el cónyuge creyente vuelve a casarse, esa restauración no podría ser posible. Dios bendice y fortalece a aquel que tiene el propósito de vivir de acuerdo con Sus instrucciones, y le ayuda a seguir viviendo una vida victoriosa como divorciado.
Romanos 7:2-3 refuerza la prohibición contra un nuevo matrimonio mientras viva el cónyuge: “Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera”. En Lucas 16:18, encontramos la misma instrucción dada acerca del hombre. “El que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera”. Tanto el hombre que se separó de su esposa y se casó con otra mujer y el hombre que se casó con la esposa de otro hombre viven en estado de adulterio. A pesar de que tal unión puede ser legal de acuerdo con las leyes de la tierra, no es correcta cuando se mide por la Escritura.
Si individuos se encuentran en una situación matrimonial que es inconsistente con lo que la Biblia prescribe, deben por empezar darle su corazón y la situación a Dios. Él tiene una manera maravillosa de desenredar condiciones “imposibles” y de proporcionar un camino claro para cumplir con Su voluntad.
El plan de Dios para esta íntima relación humana es uno bueno. Mientras que esposos y esposas aplican los principios bíblicos en la construcción de sus matrimonios y mantienen a Dios primero, Él será glorificado y Su propósito divino para esta unión sagrada será ejemplificado ante el mundo.
1 Véase Mateo 19:4-6 y Marcos 10:5-9.
2 Véase Génesis 19:1-13; Levítico 20:13; Romanos 1:26-27; 1 Corintios 6:9.