de un sermón por Darrel Lee
Dios llama a Sus seguidores a discernir entre lo limpio y lo inmundo, lo santo y lo profano. Esa responsabilidad está claramente representada para nosotros en el Libro de Levítico.
Para tener una idea del contexto de Levítico, es útil revisar los dos libros de la Biblia que lo preceden. El Libro de Génesis describe la creación del mundo y de la humanidad, enfocándose en algunos capítulos sobre Abraham y sus descendientes. Fue con esta familia que Dios decidió establecer Su pacto, llamándolos a representar a Dios ante el mundo. El Libro de Éxodo relata la liberación de los descendientes de Abraham de la esclavitud en Egipto y narra los eventos en el monte de Sinaí – el estruendo, el relámpago, el monte que humeaba y la voz de Dios hablando. De igual manera, cuenta sobre Moisés subiendo al monte donde Dios estableció un pacto entre Él mismo y los Hijos de Israel.
El Libro de Levítico sigue a Éxodo y relata las instrucciones sobre cómo las personas deben aproximarse a un Dios santo. Los primeros siete capítulos dan detalles sobre los diferentes tipos de ofrendas que los Hijos de Israel fueron a llevarle. Los capítulos 8-10 dirigen el sacerdocio. Los capítulos 11-15 dan detalles distinguiendo entre lo limpio y lo inmundo, lo santo y lo profano. El capítulo 16 se enfoca en el día más santo, el Día de la Expiación. Los capítulos 17-26 cubren la santidad en la vida diaria, la santidad en el sacerdocio, los días santos, fiestas santas, aceite sagrado, pan sagrado, cómo tratar el santo Nombre de Dios y hasta los años santos – el año de reposo de la tierra y el año del jubileo.
El tabernáculo en el desierto se llamó tabernáculo de reunión o “tienda de designación” en lengua Hebrea. Los Hijos de Israel tenían una cita con Dios. Él les dijo cuándo y dónde se llevaría a cabo esa cita. En Levítico 9 se lee que “vino toda la congregación y se puso delante de Jehová” (verso 5) y observó mientras Aarón hacía una ofrenda para el pueblo, como lo mandó el Señor. Más adelante leemos que “la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo” (verso 23). El fuego de Dios bajó y consumió la ofrenda y toda la congregación de Israel lo vio. En respuesta, alabaron y se postraron sobre sus rostros ante el Señor. Dios sí había cumplido Su parte de la cita. El pueblo entendió que valía la pena a observar los detalles de la Ley que le habían sido dados a Moisés en el monte, porque cuando obedecieron, Dios los bendijo.
En el capítulo 10 se lee acerca de un evento que contrasta de manera vívida con lo que pasó cuando Aarón realizó la ofrenda de acuerdo a las instrucciones de Dios. Nadab y Abiú, dos de los hijos de Aarón, ofrecieron “fuego extraño” ante el Señor y fuego bajó del Señor y los quemó.
Uno se pregunta, “¿qué hicieron mal?” No se nos ha dicho la naturaleza exacta del fuego extraño que ofrecieron. Es posible que trajeron incienso falso. Ellos pueden haber dicho, “¿Qué diferencia hace el incienso?” Sin embargo, se les había dado instrucciones a los Hijos de Israel sobre cómo componer el incienso y Dios fue muy específico en que debía hacerse sólo de esa manera. Posiblemente Nadab y Abiú obtuvieron el fuego de una fuente diferente del altar de oro, pensando “¿Qué diferencia existe entre el lugar donde obtengamos el fuego?” Tal vez usaron incensarios diferentes a los que habían sido consagrados para ese fin, o trajeron el fuego en el momento incorrecto.
Cualquiera sea la naturaleza del fuego extraño que fue ofrecido, los eventos de ese día dejaron muy claro que la atención a los detalles de la Ley no era un asunto ligero. Si Nadab y Abiú pensaron que la diferencia entre lo santo y lo profano no era importante, se dieron cuenta de que era muy importante para Dios. En un segundo, ¡cayeron en una eternidad perdida! Todos aquellos que observaron lo que pasó allí, igualmente se dieron cuenta de la importancia.
Dios ha ordenado que siempre existirá una diferencia entre limpio y inmundo, santo y profano, aquellos que le sirven y aquellos que no le sirven. Él le dijo a Aarón que los Hijos de Israel iban a “discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y… enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés” (Levítico 10:10-11). ¡Esa diferencia le importa a Dios!
Durante el tiempo de las plagas, cuando los Hijos de Israel estaban a punto de ser librados de la esclavitud en Egipto, Dios hizo una diferencia entre los Hijos de Israel y los egipcios. Cuando llegó el momento de la última plaga, Dios dejó claro que si el pueblo no obedecía lo que Dios había enseñado, el más anciano de cada hogar moriría. Esto es exactamente lo que pasó. La muerte ocurrió a lo largo de todo Egipto, pero no entre los Hijos de Israel quienes habían obedecido la Palabra del Señor. Dios estaba dejando claro que “Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas” (Éxodo 11:7).
Cuando Moisés se encontró con Dios en el monte, Dios le dijo que le dijera a Israel, “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éxodo 19:4-6). Aquí se extendió la promesa: no sólo Aarón y sus descendientes serían sacerdotes, sino que toda la nación representaría a Dios ante el mundo.
Esa promesa no se limitaba a los Hijos de Israel en tiempos del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, los escritos de Pedro revelaron que la promesa de Dios vale para usted y para mí hoy en día. Pedro escribió, “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9). El apóstol continúa diciendo que estamos llamados a anunciar las virtudes de Dios. Estamos llamados a discernir entre lo limpio y lo inmundo, lo santo y lo profano.
En algunos aspectos, es fácil ser Cristiano en los Estados Unidos. Los creyentes en otras partes del mundo enfrentan severas persecuciones – pagan un precio por declarar abiertamente que son Cristianos. Debido a que nosotros no enfrentamos ese tipo de oposición aquí en este país, es fácil proclamar la cristiandad. En nuestra sociedad, Satán ha tenido éxito en hacer borroso la línea entre servir a Dios y no servirlo, entre lo santo y lo profano, lo limpio y lo inmundo. Sin embargo, ¡a Dios le importa cómo vivimos!
Las raíces de nuestra iglesia, y de hecho las raíces de muchas confesiones religiosas norteamericanas, son de la perspectiva Wesleyana de la santificación total. John Wesley vivió de 1703 a 1791, en el tiempo en el que surgió nuestra nación y se escribieron tanto la Declaración de Independencia como la Constitución. Hubo un gran avivamiento en Norteamérica durante aquellas décadas y nuestras leyes se formaron de manera significativa mediante la influencia de las enseñanzas Bíblicas dadas a los líderes de estado de nuestro país.
Wesley enseñó que la santidad no era sólo una experiencia instantánea, sino también una forma de vida. Se le ha dado el crédito de la fundación de la Iglesia Metodista y él enfatizó la necesidad de los metodistas de distinguirse como Cristianos mediante la evitación de cosas como vestidos pretenciosos, apuestas, baile, cosméticos y uso de joyas. Él cito a 1 Pedro 3 y a 1 Timoteo 2, así como otros escritos del Nuevo y Antiguo Testamento, para demostrar la diferencia entre el camino de la santidad y el camino de lo carnal.
Los individuos salvados y santificados que formaron el inicial grupo central de líderes del movimiento Pentecostal del siglo veinte, que comenzó en Los Angeles, California – Estados Unidos, en 1906, poseían una fuerte persuasión Wesleyana. Aquellos líderes incluían a Florence Crawford, quién vino a Portland con el Evangelio de la Lluvia Tardía y estableció la organización de la Fe Apostólica en 1907.
Es importante aprender de la historia. Hemos oído decir que aquellos que no aprenden de los errores del pasado están condenados a repetirlos en el futuro. Por décadas, los sucesores de Wesley siguieron firmes en los más altos estándares de su fundador, como lo hizo el movimiento de santidad entero. Pero con el tiempo, los líderes de las iglesias ofrecieron lo que fue visto como “concesiones menores” para apaciguar las objeciones de algunos. Al principio, esas concesiones pueden haber sido vistas como insignificantes, pero con el tiempo llegó la erosión de casi todos los estándares de modestia, al punto que los miembros de las iglesias prácticamente se hicieron indistinguibles del resto del mundo. Las iglesias de santidad se convirtieron en algo que hubiera sido irreconocible para sus fundadores.
¡Podemos aprender de la historia! Podemos aprender que se necesita mantener las consagraciones. Podemos aprender que cuando sentimos el Espíritu de Dios en una reunión, existe una razón por la que lo experimentamos. Podemos aprender que si deseamos la bendición de Dios, debemos pagar el precio total. Podemos aprender, a partir del ejemplo de Nadab y Abiú, que los detalles realmente hacen la diferencia. Aquellos hijos de Aarón pueden haber pensado, “Incienso es incienso y un incensario es un incensario. ¿Por qué debemos hacerlo del modo en que papá lo hizo?” Decidieron no hacerlo así y nosotros vimos los resultados.
Hoy podemos elegir ver la necesidad de santidad de un modo completamente diferente al que la veía Wesley. Podemos rechazarla por completo, o podemos simplemente moderar y no ser tan serios con ella. ¡Dios nos ayude a no hacer esto! ¡Dios nos ayude a darnos cuenta que los detalles importan! Deseo que las próximas generaciones, si Jesús tarda, sientan lo que yo sentí cuando entré a mi primera reunión de la Fe Apostólica. No sabía el precio que había sido pagado para que el Espíritu de Dios permaneciera en aquella reunión. Aún no conozco las consagraciones que habían sido realizadas por quienes estaban allí. Pero recuerdo lo que sentí y sé lo que siento en esas reuniones hoy. Y sé que la presencia del Espíritu de Dios viene con un precio.
Podemos leer la historia y observar lo que sucede cuando una organización o un individuo dice, “Vamos a moderar nuestra vista de una vida de santidad”. ¡Determinemos a enfatizar la santidad! Determinemos a prestar atención a los detalles. Si deseamos la bendición de Dios, necesitaremos alinear nuestras vidas para poder recibirla.
Dios deja claro en otros ejemplos de las Escrituras la necesidad de diferenciar entre lo santo y lo profano. Por ejemplo, la palabra del Señor vino al profeta Ezequiel diciendo, “Sus sacerdotes violaron mi ley, y contaminaron mis santuarios; entre lo santo y lo profano no hicieran diferencia, ni distinguieron entre inmundo y limpio; y de mis días de reposo apartaron sus ojos, y yo he sido profanado en medio de ellos” (Ezequiel 22:26). Esos sacerdotes pueden haber pensado, “¿Qué diferencia hace la observación del Sábado? El Sábado es sólo un día entre siete”. Sin embargo ¡esto le importaba a Dios! Lo pueden haber considerado un pequeño detalle, pero importa para honrar a Dios.
Hoy vemos el Día del Señor profanado. Cuando se fundó nuestro país, las enseñanzas Cristianas guiaban a la prohibición de comprar y vender en el Día del Señor. ¿Qué ha pasado a través del tiempo? A algún punto en la historia, gente dijo, “¿Qué diferencia hace?” ¡Pero a Dios le importa cuando prestamos atención a los detalles!
Cuando nos arrodillamos, el Espíritu de Dios es fiel a hablarle a nuestro corazón y a atraer nuestra atención hacia las cosas que necesitamos atender o hacia áreas de nuestras vidas donde hemos sido flojos. No hay espacio para la negociación en estos puntos. ¡Debemos darlo al Señor! Él nos hizo; le pertenecemos a Él; Él nos redimió y Él tiene el derecho de puntualizar detalles en nuestras vidas donde desea que nos alineemos.
Los Hijos de Israel tal vez no entendieron por completo las ofrendas que se les instruía que hicieran – las ofrendas incineradas, las ofrendas por el pecado, las ofrendas por la ofensa, las ofrendas de consagración. Sin embargo, se les recordó cada vez que venían que existía una manera apropiada de acercarse a Dios y una manera de acercarse a Él que era inapropiada. Ellos tenían que estar dispuestos a hacerlo bien en mente y corazón, exactamente como Dios lo prescribió. El castigo por no hacerlo era severo y súbito.
Hoy, el castigo por no seguir a Dios no es siempre súbito, y a corto plazo es raramente severo. Si vamos a la oración y el Señor trae algo a nuestra mente, podemos decir, “Bueno, no estoy tan seguro de eso, Señor”. Podemos levantarnos de nuestra oración y seguir nuestro camino con la expectativa de que podamos regresar y dirigirlo más tarde al Señor. Sin embargo, esto puede o no pasar, por lo tanto no debemos retrasarnos en hacer una consagración. No debemos pensar que no es importante. ¡Háganlo! Estaremos satisfechos de que lo hicimos debido a que la bendición de Dios vendrá cuando lo hagamos.
Sabemos lo que Dios requiere de nosotros. Existe una diferencia entre lo santo y lo profano y uno de estos días cada uno verá esa diferencia. La trompeta sonará y los muertos resucitarán incorruptibles. Aquellos que han estado viviendo para Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerzas serán arrebatados de este mundo. Entonces el mundo entero sabrá quién se quedó corto y quién logró la meta. ¡Queremos ser contados entre los que lo lograron!
Bien sea que el poder del Señor desciende sobre nosotros como congregación que viene en conjunto a adorar al Señor, o el Espíritu de Dios nos encuentra individualmente, Dios estará con nosotros cuando cumplamos Sus requerimientos. Propongámonos ser cuidadosos en la observación de los detalles, mantener una clara distinción entre lo santo y lo profano. Entonces, cuando nos arrodillemos y nos rindamos a Dios, podemos estar seguros que Su Espíritu testificará a nuestros corazones que Él ha escuchado nuestra oración y aceptado nuestro sacrificio.
Darrel Lee es Superintendente General de la organización de la Fe Apostólica y pastor de la iglesia principal en Portland, Oregon.