Mi familia se mudó de Oregon, Estados Unidos, a una granja en California cuando yo tenía aproximadamente un año. Poco después de mudarnos, desarrollé un grave caso de eczema. En ese tiempo mis padres estaban operando una pequeña oficina postal en nuestro hogar. Fue enviado ahí una revista de la Iglesia de la Fe Apostólica en Portland, Oregon. Mi madre lo leyó y aprendió que esa gente creía en la curación divina. Ella les escribió, pidiendo oración por mí, y le fue mandado un pañuelo ungido sobre el cual se había orado, de acuerdo al ejemplo de Pablo en Hechos 19:12. Cuando el pañuelo llegó, mi madre lo colocó sobre mi cuerpo con fe y oró que el Señor me sanara. Por muchas noches ella había necesitado quedarse despierta y sujetarme para prevenir que me rascara, pero esa noche ella me acostó y dormí toda la noche. El Señor me había sanado. Después de eso continuamos recibiendo las revistas y boletines regularmente.
Una primavera mientras mi padre y mis hermanos estaban limpiando un campo y quemando artemisia, los muchachos vieron a un gato montés atravesar el campo. ¡Corrió hacia dentro de una de las hogueras, y salió del fuego luchando como loco! Los muchachos corrieron pero el gato era más rápido. Tumbó a mi hermano Ralph y lo estaba arañando. Papá oyó a los muchachos gritando y vino corriendo. Antes de que pudiera sacar su cuchillo, el gato le saltó a él también, hundiendo sus garras en su pierna y mordiéndolo. Mi padre mató al gato, pero aún recuerdo el terror que sentimos cuando vimos a ese animal y a mi padre y hermano heridos.
Fueron llevados al hospital más cercano, y se descubrió que el gato montés estaba rabioso. Mi padre se puso muy enfermo. Mi madre recordó que Dios había respondido la oración por mí, y envió otra petición de oración a Portland. Ella me dijo: “Ora por papá, él no está salvado, y probablemente no vivirá”. Aún siendo niña, recuerdo el peso que sentí porque él no estaba listo para encontrarse con Jesús.
Tres meses después, mi padre vino a casa – muy delgado y en muletas, pero ¡estaba en casa! Cuando mi padre pensó lo cerca que había estado de la muerte, le pidió al Señor que le hablara a su corazón de nuevo. Prometió que oraría si un predicador viniera a sostener reuniones en una pequeña casa de escuela cercana. Dios escuchó la promesa. No pasó mucho antes de que viniera un predicador, y mi padre cumplió su voto y entregó su corazón al Señor. ¡Qué cambio hizo eso en nuestro hogar!
Queriendo regresar a la fe de su niñez, mi papá se mudó a nuestra familia a Waukena, California, para estar cerca de una iglesia ahí. Estaba hambriento por más de Dios, y cuando escuchó de la santificación, se entregó al Señor y fue santificado. Entonces comenzó a escuchar acerca del bautismo del Espíritu Santo, y comenzó a buscar esta experiencia.
Después de los servicios matutinos de los domingos, aquellos que estaban hambrientos por el bautismo del Espíritu Santo se quedaban y oraban por eso. Una de las maestras de la escuela dominical nos llevaba a nosotros los niños al piso de abajo y nos contaba historias Bíblicas mientras esperábamos. Un domingo nos preguntó si nos gustaría orar y entregar nuestras vidas a Jesús. Mientras ella oraba por nosotros, el Señor puso convicción en mi corazón. Lloré, realmente arrepentida por las cosas que había hecho mal. Aún siendo una niña, supe cuando el Señor me había perdonado y estaba realmente salvada. ¡Era yo tan feliz!
Subí las escaleras para decirle a papá que estaba salvada. Él estaba arrodillado frente el altar, y aún recuerdo la sensación de sus grandes brazos a mi alrededor cuando me dijo lo feliz que estaba de que yo estuviera salvada. Yo disfrutaba siendo Cristiana, pero porque era muy joven, no entendía cómo continuar en la fe. Aún así, el Señor nunca cesó de hablarle a mi corazón.
Mi padre recibió el bautismo del Espíritu Santo en aquella iglesia, pero la congregación en conjunto rechazó esto, así que mis padres comenzaron a visitar otras iglesias. Leyendo las revistas que venían de la Iglesia de la Fe Apostólica, él se percató de que ellos enseñaban tres experiencias definitivas: justificación, santificación y el bautismo del Espíritu Santo.
La madre de mi madre decidió ir a unas reuniones anuales de campo en Portland para ver cómo eran esas personas. Cuando volvió a casa, dijo: “¡Es maravilloso! ¡La cosa más grandiosa que jamás he escuchado!” Su relato nos hizo a todos nosotros querer ir.
Pronto después de eso, mi padre se puso bastante enfermo con una condición reumática. Cuando estuvo mejor, fue decidido que nos mudaríamos a otro clima, con la esperanza de que eso le ayudara. Mis padres sostuvieron una subasta y vendieron todo: vacas, caballos, sillas de montar, arneses y mobiliario de casa, y nos mudamos a Klamath Falls, Oregon. Llegamos una tarde de domingo, en un tiempo en que la Iglesia de la Fe Apostólica estaba llevando a cabo reuniones de carpas. Nunca olvidaré la primera reunión en la que estuvimos. Realmente me emocionó.
Nuestras pruebas aún no habían terminado, pero Dios estaba con nosotros. Pronto después de que llegamos a Klamath Falls, nuestra familia contrajo viruela. Mi hermana más joven había nacido un mes prematuramente y a ella le brotó la viruela también. Estaba tan enferma y pequeña, no creímos que viviera. A decir verdad, el doctor no creía que fuera necesario que él regresara. Dijo que firmaría el acta de defunción cuando ella muriera. Una vez más una petición fue enviada a Portland por oración, y ¡el Señor la curó!
Los dos veranos siguientes, pudimos viajar a Portland por parte de las reuniones anuales de campo, y el tercer año nos quedamos más. Ese año yo fui salvada y santificada, y el año siguiente recibí el bautismo del Espíritu Santo. De ahí en adelante, nuestros años transcurrieron alrededor de las reuniones anuales de campo. Tan pronto como un campamento terminaba, comenzábamos a ahorrar nuestro dinero y planear para el año siguiente.
Hay profunda gratitud en mi corazón por el modo en que el Señor ha guiado a nuestra familia en el camino de la verdad. ¡Dios ha sido tan bueno hacia nosotros!