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Oración en Tiempo de Apuros

Testimonios

Detenido por la policía cuando llevaba una pistola en su auto, este joven intentó cerrar un trato con Dios.

Cuando a uno le enseñan acerca del bien y el mal, Dios y la eternidad, no es posible alejarse de ello. Durante mis avanzados años de adolescencia, yo sabía que estaba haciendo cosas que no debía de hacer. Algunas veces me miraba al espejo, y Dios le hablaba a mi corazón.

Mi herencia Cristiana se remonta hace mucho tiempo. Mis bisabuelos formaron parte de la Iglesia de la Fe Apostólica cuando esta fue fundada, y yo me crié asistiendo a la iglesia y yendo a la escuela dominical. Debido a que mi padre trabajaba en el departamento de publicaciones literarias de la iglesia, yo era una cara conocida en las oficinas de la sede principal. A veces, tuve la oportunidad de ayudar a ensamblar literatura o de trabajar en algún otro proyecto, y eso me gustaba. Pero algo me faltaba por dentro. Varias veces, siendo niño, Dios le habló a mi corazón, pero yo no me rendí a ese llamado. Supongo que pensaba que sería más divertido no servir a Dios.

A medida que iba creciendo, gradualmente me fui alejando de los preceptos que me habían enseñado cuando niño y me involucré en drogas, alcohol y otros aspectos de una vida de pecados. Mi corazón se endureció y, con el pasar del tiempo, realmente no me sentía condenado por ninguna de las cosas que estaba haciendo. Parecía que el Señor había dejado de hablarle a mi alma, o en todo caso simplemente yo ya no le escuchaba porque no estaba prestando atención. Sin embargo, de vez en cuando, como cuando me encontraba mirándome al espejo, Su convicción me cortaba directo al corazón.

En una ocasión, había yo estado bebiendo y consumiendo drogas y luego salí a conducir con unos amigos. Tenía una pistola en el auto cuando un oficial de policía me detuvo, y allí supe que estaría en graves problemas. Detenido en un callejón sin salida desde el cual podía ver el campanario de nuestra iglesia, esa noche le dije a Dios que si Él me ayudaba a salir de ese apuro, yo volvería a Él para servirle. Aunque fue una oración patética, hecha sólo porque me encontraba en apuros, Dios la escuchó y extendió Su misericordia. El oficial de policía me dejó ir sin problemas. Después, el enemigo de mi alma me dijo que sólo había sido suerte, pero el Espíritu de Dios realmente puso convicción en mi corazón.

Unas cuantas noches después, fui a un servicio durante nuestras reuniones anuales de campo. Me sentía tan harto de todas esas cosas que había estado haciendo. A medida que empecé hablar con el Señor, Él lo hizo muy claro para mí que debería entregarle a Él mi corazón. Después del servicio, me arrodillé en la silla donde había estado sentado. Sin embargo, Dios me dejó saber que si realmente quería enderezar mi vida ante Él, debía orar en el altar de oración en la parte delantera de la iglesia, donde oraban las otras personas. En cuanto obedecí y fui para allá a orar, en cuestión de minutos Dios descendió y me salvó. Él cambió mi corazón y mi vida.

Poco después de eso, mi abuelo me llevó a desayunar y me dijo que cuando una persona vuelve a nacer, a veces puede ser difícil. Me dijo que tenemos un blanco encima de nosotros, y el enemigo de nuestras almas es como un león, buscando cualquier punto débil para podernos destruir. Luego me dijo que un Cristiano debe crecer, seguir adelantándose y buscar las otras experiencias que Dios tiene disponibles para nosotros. Para mí, se hizo claro que yo debía hacer exactamente eso, así que comencé a buscar a Dios y Él me fue fiel y me ayudó. Le habló a mi alma acerca de ciertas restituciones que debía hacer. Algunas fueron difíciles, pero yo siempre oré primero y Dios me ayudó.

Un domingo por la noche, estaba orando después del servicio y sentí que mi vida estaba totalmente consagrada a Dios. Él descendió y, de manera maravillosa, me santificó por completo. Dios puso una canción en mi corazón y cambió mi actitud y mi manera de pensar.

Durante otro tiempo de reuniones anuales de campo, estaba yo hambriento por recibir el bautizo del Espíritu Santo. Muchas personas estaban recibiendo de Dios, incluyendo mi prometida, y eso hizo que yo quisiera esa experiencia aún más. Sin embargo, no recibí el bautizo durante esas reuniones de campo ni en el campo de jóvenes después. Pronto, mis pensamientos estaban totalmente enfocados en esa experiencia. Me dormía por la noche pensando en lo mucho que necesitaba recibir mi bautizo, y por la mañana ese era mi primer pensamiento. Inclusive era difícil concentrarme en el trabajo.

Un grupo de jóvenes pasó un fin de semana atendiendo nuestra iglesia en Yakima, Washington, Estados Unidos. El sábado por la tarde era noche de canto de la juventud, pero después, algunos de nosotros nos arrodillamos a orar. Dios había sido tan fiel en llamar diferentes consagraciones, pero había una cosa en particular a la cual me costaba ceder. Esa noche se la entregué a Dios y le dije, “Te doy todo lo que tengo”. Cada vez que el Señor me traía algo a la mente, yo decía, “Señor, esto es Tuyo”. Cuando me traía otra cosa a la mente, yo decía, “Dios, eso es Tuyo. Lo que quieras que yo haga, lo haré; a donde quieras que vaya, yo iré”. Esa noche, Dios descendió y me llenó con el Espíritu Santo. No puedo explicar la alegría que eso me trajo.

Dios ha estado conmigo en situaciones de vida. Hace algunos años, tuve neumonía y estuve hospitalizado durante cinco días. Los ministros de la iglesia vinieron a orar por mí, y ese día me sentí suficientemente bien para ir a casa. Tres días después, tuve que regresar a hacerme unos rayos X. El doctor entró al consultorio y dijo, “Clark, no puedo explicarme qué pasó, pero la neumonía ha desaparecido por completo de tus pulmones. Debería haber estado allí durante seis semanas más”. Él estaba tan perplejo que me llevó a otro consultorio y me mostró los rayos X. Yo sabía qué había ocurrido—Dios me había curado.

El Señor me ha ayudado en todo aspecto de mi vida. Mi esposa y yo hemos recibido muchas oportunidades para trabajar por Él, y yo le debo a Él todo.

Clark Wolfe es un ministro de la Iglesia de la Fe Apostólica en Portland, Oregon, Estados Unidos.