El estilo de vida de este joven rebelde casi le costó la vida. ¿Qué hubiese pasado si su esposa no lo había descubierto tendido borracho en la pila de nieve?
Menos mal que mi esposa, Barbara, se volvió a mirar o en pocos minutos hubiese muerto en la pila de nieve, y no estaba listo para encontrarme con Dios. Aunque mis padres me criaron en un hogar Cristiano, sabía que no había estado viviendo de manera de complacer a Dios.
Mi madre y padre oraron por mí fielmente. Cada vez que alguno de nosotros quince hijos viajábamos, una vez llegados a destino y abiertas las maletas, la primera cosa que encontrábamos era una Biblia, porque mi madre siempre la empacaba para nosotros. Cuando era un chico, sí oré y fui salvado. Sin embargo, cuando tenía catorce años, me volví rebelde y me alejé de Dios.
Creciendo en la parte rural de Newfoundland, Canadá, de aquel entonces, no recibimos mucho estímulo para continuar estudiando. Así que después de celebrar mi dieciseisavo cumpleaños, en el mes de mayo, le dije a mi madre que ya no quería ir más a la escuela. Luego dejé mi casa por “Sodoma y Gomorra”.
Mi hermana estaba viviendo en Wabush, Labrador, en ese momento, y me mudé allí. Allí fue donde adopté muchas facetas del pecado. Era necesario tener veintiún años para entrar a las discotecas, pero yo me hacía pasar por alguien de esa edad porque soy tan alto. Tenía dos empleos y bastante dinero. No mucho tiempo después, estaba bebiendo alcohol y fumando, y estaba adicto a los juegos de azar.
Algunos de mis amigos y yo estábamos tan consumidos por los juegos de azar que firmamos un contrato para tener una sesión de cuatro horas cada semana. Si una persona perdía la primera mano, aun así tenía que quedarse las cuatro horas y pedir dinero prestado. Las personas perdían sus cheques de pago completos en cuestión de momentos. Yo perdí miles de dólares apostando. Nadie debería iniciarse en las apuestas, inclusive por sólo cinco centavos, porque la sensación de euforia que se siente cuando se gana ocasionalmente conlleva a mayores deudas.
Mientras tanto, mis padres oraban por mí, y Dios me cuidaba. Una vez, siete de nosotros nos encontrábamos en una camioneta de la compañía y todos estábamos bajo la influencia del licor. Tuvimos un accidente y fue gracias a la misericordia del Señor que ninguno de nosotros falleció.
Uno de mis empleos era siendo chef, y muchos de nosotros que éramos empleados del hotel vivíamos en remolques de la compañía. Yo salía con una joven y una noche salimos con otra pareja. Íbamos a uno de los remolques, pero justo cuando me disponía a entrar, sentí como si una Voz enfáticamente me dijo, “¡No entres!” Una pareja entró, pero la joven y yo regresamos a nuestros propios remolques. La mañana siguiente, yo estaba trabajando en la cocina del hotel cuando uno de mis amigos entró corriendo y me dijo, “George, ¿escuchaste las noticias? ¡Tu amigo y su chica murieron anoche en el remolque!”
En Churchill Falls, las temperaturas a menudo eran tan frías que dejábamos nuestros vehículos encendidos durante la noche para evitar que se partieran los bloques del motor a causa de la helada. Un señor mayor que tenía otra unidad en el mismo remolque había retrocedido hasta que el extremo del silenciador de escape de su auto se encontraba en la pila de nieve. Cuando mi amigo encendió la calefacción en su remolque, esta aspiró el monóxido de carbono del vehículo y los mató a todos, incluyendo al señor mayor. Justo en ese momento el Señor me dejó saber lo grave que esto era. Aunque traté de no pensar en ello, me di cuenta que tenía que cambiar mi manera de vivir.
Desde que cumplí catorce años, siempre me sentí atraído por Barbara Hancock. Ella también tenía antecedentes Cristianos; sus padres eran ministros a tiempo completo de la obra de la Fe Apostólica en South Brook, pero ella también se había alejado de sus enseñanzas tempranas. Después de haber estado lejos de casa durante un tiempo, regresé por unas vacaciones y Barbara y yo nos casamos.
Nos iba bastante bien financieramente. Teníamos un remolque y un vehículo de la compañía en Churchill Falls, y vivíamos bien. Nos gustaba bailar e ir a fiestas, e hicimos amistad con aquellos que disfrutaban de las mismas actividades y gozábamos la vida. Sin embargo, inclusive mientras explorábamos los placeres del pecado, realmente nunca podíamos olvidar a Dios. Los domingos por la noche, a veces Barb iba a una iglesia local allí, pero no estaba contenta y yo lo sabía.
Una noche, fui a una fiesta de despedida de solteros antes de que uno de mis amigos se casara. Barb me había dicho que quería que regresara a casa para cierta hora. Cuando no regresé para la hora prevista, vino a buscarme. Después que me encontró, dejé la fiesta con ella. Estábamos caminando en una tormenta de nieve, pero ella caminaba más adelante porque estaba molestada que yo había estado bebiendo y no había regresado a casa cuando debí hacerlo. A medida que ella caminaba, miró hacia atrás y se dio cuenta que yo no la seguía. Regresó hasta la discoteca para ver si yo había regresado a la fiesta. Eso la hizo demorar unos diez o quince minutos. Estaba nevando y la temperatura estaba cerca de los cuarenta grados centígrados bajo cero. Cuando no me encontró en la discoteca, se dirigió nuevamente hacia casa. Mientras caminaba, miró hacia abajo y vio un montículo en la pila de nieve. Era yo, dormido y ya estaba comenzando a quedar cubierto por la nieve. Tuvo que sacudirme con fuerza para despertarme. Si ella hubiese seguido de largo sin mirar hacia atrás, me hubiese congelado antes de que ella regresara hasta donde yo me encontrara.
Más o menos al mismo tiempo, dos de mis mejores amigos en el pueblo comenzaron a discutir acerca de las apuestas. Comenzaron a pelear en el hotel donde yo trabajaba y se les ordenó que salieran. Yo los miré mientras estaban afuera. Un hombre pegó al otro y este cayó al suelo, golpeó la cabeza en la acera y murió. Durante varias semanas, tuve que ir y venir de la estación de policía porque había sido testigo del incidente. Después de eso, dejé de apostar.
Dios realmente había hablado a mi corazón a través de estos incidentes. No pasó mucho tiempo hasta que un día llegué a casa y le dije a Barb, “Querida, vamos a regresar a Newfoundland”. Ella dijo, “Estaba esperando que me lo dijeras”. Yo no sabía que ella había estado contemplando la misma posibilidad. Aunque la mudanza implicó dejar un trabajo que pagaba muy bien, ella estaba lista para irse sin dudar. Nos mudamos de regreso a mi pueblo natal de South Brook y Dios proveyó para mí un empleo, aunque hallar empleo era difícil en aquel entonces.
El hermano de Barb, que había vivido una vida muy pecaminosa, recientemente había sido salvado, y Dios utilizó este hecho para hablar al corazón de ella. Llegó a ella el pensamiento que si Dios había salvado a su hermano, podía salvarle a ella también. No habíamos estado allí por mucho tiempo cuando Barb le dio su corazón al Señor que ella había rechazado. Aún vivíamos con sus padres, y yo estaba viendo a través de la ventana cuando ella vino a casa ese día de la iglesia. Se veía diferente, y yo me dije a mí mismo, “¡Oh-oh! ¡La vida va a cambiar!”
Siempre le había dicho a Barb que la amaba, y después que ella fue salvada, pensaba en qué pasaría si el Señor volvía. Sabía que ella se arrebataría, y yo no estaba listo. Yo quería irme cuando el Señor venga, pero sabía que necesitaba ser salvado.
Un domingo por la noche, estaba en la iglesia y mi suegro predicó. Después de la reunión, una señora anciana se acercó a mí y puso su mano en mi hombro. Aunque no era salvado, me llamó hermano. Dijo, “Hermano George, he estado orando”. Eso bastó. Me fui hacia adelante y me arrodillé en el pequeño banco del altar. Después de poco tiempo, sentí una mano en el hombro. Era mi madre, y ella oró conmigo hasta que recibí mi salvación.
Barb y yo comenzamos a crecer como Cristianos. Dios era bueno con nosotros. Teníamos un hijo cuando nos mudamos de regreso a South Brook y luego tuvimos tres hijos más. Cuando le busqué, Dios me santificó y me dio esa maravillosa pureza de corazón. Comenzó a llamar mi vida, y entonces me preguntaron si quería ser ujier, luego maestro de la escuela dominical. El Señor plantó en mi corazón el deseo de aprender a tocar el acordeón, y yo estaba feliz de tocar en las reuniones de la iglesia. Durante algún tiempo, estuve contento en esa posición espiritual y simplemente disfruté del Evangelio. Luego el Espíritu del Señor comenzó a hablar a mi corazón, y yo comencé a buscar recibir el bautizo del Espíritu Santo. Un martes por la noche, después de trabajar duro como leñador todo el día, el Señor me otorgó esa experiencia.
Poco tiempo después de eso, mi suegro me pidió que predicara. Él creía que si uno está en el Evangelio, es necesario ir a trabajar en la viña del Señor. Pasaron los años, y Barbara y yo apreciamos nuestras oportunidades de servir a Dios. Él también nos bendijo y eventualmente fuimos propietarios de un nuevo hogar y nos parecía tener todo lo que queríamos. A mí me encantaba ser leñador y adoraba trabajar con la motosierra.
Sin embargo, Dios comenzó otra vez a trabajar en mi corazón. El padre de Barb, que había sido nuestro pastor durante años, se enfermó de gravedad y estaba a punto de jubilarse. Sentí el llamado para entrar al ministerio de Dios a tiempo completo, pero no quería rendirme a ese llamado. Semana tras semana, la convicción de Dios entró en mi corazón. Todo el día en los bosques, torrentes de lágrimas fluían por mis ojos y repetía, “Señor, gracias por lo que has hecho por mí. ¡Lo estoy disfrutando! ¿Qué más quieres de mí?” Yo sabía lo que Él quería, pero yo decía que no me podía rendir a ello.
Un lunes, estaba dolorido y abatido porque no quería entregarme a Dios. Recuerdo que levanté la motosierra y la encendí. La tomé y fui a cortar un árbol, pero no pude hacerlo. Simplemente tiré la motosierra en el bosque y dije, “Señor, si eso es lo que quieres, ¡tómala!” El Señor había trabajado y trabajado en mi corazón hasta que finalmente me rendí.
Esa tarde hablé con Barb acerca del asunto y encontré que ella había estado pasando por la misma lucha. No pasó mucho tiempo antes que nuestro líder de área solicitara que yo entrara a tiempo completo en el ministerio y fuera el pastor de South Brook. Dios estuvo con nosotros mientras trabajamos allí durante siete años. Luego, fuimos transferidos a Bide Arm y pasamos allí cinco años. También fui pastor en Kitchener, Ontario, por ocho años, y ahora llevamos dos años en Englee, Newfoundland. Dios ha estado con nosotros cada paso del camino, y disfrutamos del Evangelio. ¡No lo cambiaríamos por nada!
Cuando reflexiono, es increíble que inclusive yo esté vivo. Es sólo gracias a la misericordia de Dios. Él hizo que Barb se volteara a mirar esa noche que caí en la pila de nieve y le estaré eternamente agradecido.
George Burton es pastor de la Iglesia de la Fe Apostólica en Englee, Newfoundland, Canadá.