de un sermón por Darrel Lee
Recientemente, los sermones dominicales en la iglesia sede en Portland, Oregon, Estados Unidos, han presentado algunas de las doctrinas fundamentales enseñadas por la Palabra de Dios. El siguiente sermón por Darrel Lee es la primera en esa serie.
Dos temas de la Palabra de Dios que me encanta oír hablar son la doctrina bíblica y la salvación. Las doctrinas de la Biblia son las enseñanzas fundamentales de la fe Cristiana; la palabra doctrina significa “enseñanza” o “instrucción”. La salvación es el acto de la gracia de Dios por el cual el hombre recibe el perdón de sus pecados y se sitúa delante de Dios como si nunca los hubiera cometido.
En 1 Timoteo 2:4 leemos que Dios quiere que “todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”. Observe el orden. No dice que primero debemos llegar al conocimiento de la verdad y luego estaremos salvos. Estoy agradecido por eso, porque yo fui salvo sin el conocimiento de la verdad. No tenía conocimiento de la experiencia de la salvación o lo que podría hacer en la vida de una persona. A pesar de eso, ¡Dios me salvó!
Sin embargo, deseamos tener una buena comprensión de la Biblia, porque es un mensaje de Dios. Cada vez que se nos recomienda un libro, debemos estar interesados en saber algo sobre el autor. ¿Cuáles son sus antecedentes? ¿Cuáles son sus convicciones? A veces esta información se da a conocer y en otras ocasiones no, pero saber algo sobre un autor nos ayuda a comprenderlo a él y su perspectiva. Lo mismo ocurre cuando se trata de la Escritura. Si conocemos al Autor, vamos a tener una mejor comprensión de Su Libro.
La Palabra de Dios es donde aprendemos las doctrinas de Dios—y las doctrinas son la base y el marco de nuestra fe. Podrían compararse al marco de este edificio. Si retiramos los componentes estructurales que sostienen el techo y las paredes, el edificio no existiría. Si se nos alertara del retiro de los componentes estructurales, correríamos rápidamente hacia la salida. De manera similar correríamos rápidamente hacia la salida si descubriéramos que se eliminará el marco de lo que este cuerpo de creyentes apoya. La doctrina bíblica es vital.
Queremos conocer las enseñanzas de la Biblia, pero también queremos vivir por ellas. Jesús dijo: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7:24). No es suficiente con conocer las doctrinas y enseñanzas de la Palabra de Dios. ¡Deseamos obedecerlas! Luego, según lo descrito por Jesús en esta parábola, cuando vengan los vientos y la corriente del río nos golpee, nuestra casa espiritual se mantendrá firme porque está construida sobre la Roca.
Jesús continuó diciendo que los que escuchan Sus palabras y no las hacen son como un hombre que edificó su casa sobre la arena. Cuando llegaron las lluvias y las tormentas, la casa de aquel hombre cayó, “y fue grande su ruina”. Cuando Jesús concluyó Su enseñanza, la Biblia dice que “la gente se admiraba de su doctrina” porque les enseñaba como una persona con autoridad y no como los escribas. Los líderes religiosos de ese tiempo poseían un fundamento doctrinal, pero era corrupto y poco sólido. Entonces el pueblo se maravilló ante las palabras de Jesús, nunca habían escuchado enseñanza alguna como la Suya.
El apóstol Pablo también hizo hincapié en la importancia de un marco de creencias o doctrinas. En su primera epístola a Timoteo, instruyó al joven a “mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina” (1 Timoteo 1:3). Él estaba advirtiendo a Timoteo acerca de los que querían ser doctores de la Ley, pero enseñaban principios contrarios a la sana doctrina.
La sana doctrina sigue siendo fundamental en nuestros días. ¿Qué nos mantendrá constantes cuando se acerquen tiempos difíciles? ¿Qué nos impedirá tener una vida espiritual errática mientras nos esforzamos para servir al Señor? ¡La sana doctrina! Es bueno tener amigos que nos apoyan, pero los amigos van y vienen. Es bueno tener familia que realiza adoración con nosotros, pero los miembros de la familia algún día se irán al Cielo. Así que debemos construir nuestra vida espiritual en algo más sólido que las personas ¿y qué hay más sólido que la correcta comprensión de las enseñanzas bíblicas? Eso nos mantendrá firmes, nos guiará a través de las tormentas de la vida. Proporcionará la base para nuestras decisiones en asuntos tales como selecciones académicas y de carrera, los amigos, la elección de una pareja para casarse y cómo enseñamos a nuestros hijos y nietos. Tenemos el propósito de servir al Señor, por lo que queremos tomar nuestras decisiones sobre la base de una comprensión de los principios de la Palabra de Dios.
Una de las doctrinas fundamentales de la Palabra de Dios es la doctrina de la salvación del pecado. La palabra salvo viene de una palabra griega que significa “liberado” o “hecho entero”. A veces nos referimos a la experiencia de la salvación como justificación—ser perdonado por Dios y absuelto de la pena del pecado. Observando nuevamente 1 Timoteo 2:4, entendemos que es la voluntad de Dios que todos los hombres se salven.
El apóstol Pablo fue uno que experimentó la salvación cuando él no sabía lo que era ser salvo. En 2 Timoteo 1:9, habló de Dios “quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada”. Experimentar la salvación no es tanto el resultado de nuestra búsqueda de Dios, sino que es el resultado de Dios buscándonos y llamándonos a nosotros.
En Hechos 9 leemos cómo Pablo—entonces conocido como Saulo—viajaba en la carretera a Damasco cargando las cartas de apoyo del Sumo Sacerdote que lo autoriza para arrestar a los seguidores de Cristo. El Señor extendió la mano, por Su propio propósito y gracia, y habló desde el Cielo diciendo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Pablo respondió con una pregunta: “¿Quién eres, Señor?” La respuesta llegó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hechos 9:4-5).
Pablo no estaba buscando a Dios, pero Dios estaba penetrando en la disposición de Pablo hacia el mal. Pablo tuvo una naturaleza pecaminosa y la manifestación de dicha naturaleza se observa en sus obras. Él vivió una vida de derrota a pesar de haber sido un fanático religioso y haber reclamado el servicio al Dios de los Cielos. Sin embargo, el Señor derribó todo eso. Este hombre autosuficiente, académico, y altamente respetado de repente se encontró indefenso en el camino a Damasco, fue cegado por una luz del Cielo. Tuvo que ser llevado de la mano a la ciudad, donde fue llevado a la casa de Judas, en una calle llamada Derecha.
Pablo se quedó allí durante tres días sin comer ni beber, y luego Dios instruyó a un discípulo llamado Ananías para ir a orar por él. Ananías inicialmente se opuso, diciendo: “Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén” (Hechos 9:13). Sin embargo, Dios reiteró Su mandamiento, diciendo a Ananías, “Vé, porque instrumento escogido me es éste . . . Porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre”. Ananías obedeció, y cuando oró, se restauró la vista de Pablo. Inmediatamente Pablo se levantó y fue bautizado con agua. Era un hombre transformado, y para el resto de su vida adoró a Dios, quien había llegado a su alma sin merecerlo.
Nótese que Dios hizo alusión a lo que Pablo iba a sufrir después de haber sido salvo. No se nos dice que servir a Dios será fácil. La salvación no será el fin de todos nuestros problemas. Será el final de algunos de ellos, pero será igualmente el comienzo de otros. En sus escritos a Timoteo, Pablo se refirió a eso también. En el transcurso de su servicio a Dios, se encontró encarcelado y perseguido sin medida. Sin embargo, a pesar de que sufrió por la causa de Cristo, podía afirmar firmemente, “Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12). Dios no nos ha prometido un camino de comodidad, pero nos ha prometido mantenernos independientemente de lo que pueda presentarse en nuestro camino.
Así como Dios llamó a Pablo, Él le ha llamado. Si usted ha sido salvo, no ganó la salvación. No tenía ningún mérito que le hizo merecedor de la gracia de Dios; la salvación viene a través de la misericordia del Señor. Pablo escribió a Tito: “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:3-5).
En uno de nuestras últimas reuniones, una hermana testificó acerca de orar por un individuo cuya vida estaba en peligro. Dijo que oró al Señor: “Él es una buena persona. Él tiene una buena familia”. Pasó a enumerar todos los méritos de la persona que podía imaginar, pero finalmente llegó a la conclusión de que la oración debe basarse únicamente en la misericordia y la gracia de Dios. ¡Eso es cierto! Usted puede ser la mejor persona del mundo, pero si usted no ha experimentado la salvación, sólo es uno de los mejores pecadores del mundo. Las buenas acciones y una vida moral no obtendrán la salvación.
Cuando la misericordia y la gracia de Dios se alcanzan a una persona y esa persona responde, hay un cambio interno. Eso es lo que pasó con el carcelero de Filipos. Él era un hombre despiadado, claramente un pecador. Cuando Pablo y Silas fueron detenidos por las autoridades por la predicación del Evangelio, este carcelero los metió en el calabozo interior y les aseguró los pies en el cepo. Pero a la medianoche, cuando los dos hombres de Dios cantaban himnos y oraban, un terremoto sacudió la prisión, se abrieron las puertas y las cadenas de los prisioneros se soltaron.
Suponiendo que todos los prisioneros habían escapado, el carcelero sacó su espada para matarse. Pero cuando Pablo le aseguró que todos los presos estaban todavía allí, se postró ante Pablo y Silas e hizo la pregunta: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Reconoció que había algo diferente acerca de esos dos hombres y él quería ser salvo también. La respuesta de Pablo y Silas fue: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:30-31).
A medida que avanzamos a través del relato, es evidente que el hombre sí se salvó, porque sus acciones posteriores lo confirman. Él llevó a Pablo y a Silas a su casa, lavó sus heridas, les dio de comer y dejó a su familia escuchar el Evangelio. Esa misma noche todos fueron salvos y bautizados con agua. El carcelero se convirtió en una persona diferente a la que había empujado a Pablo y Silas en la prisión interna. No sabemos el final de su historia, pero podemos imaginar que si regresó a trabajar al día siguiente, los presos en la cárcel deben haber preguntado: “¿Qué le ocurrió al carcelero? ¡Es una persona diferente!” Si hubieran preguntado al carcelero, sin duda, la respuesta habría sido: “¡El Señor me ha salvado!”
Pablo explicó la transformación que tiene lugar en la salvación cuando escribió a los creyentes de Corinto: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). No sólo nos enmendamos, sino que ¡nos recreamos! ¡Nos regeneramos! Solíamos hacer cosas impías, pero ahora no las haremos. Cambiamos de adentro hacia afuera.
Antes de ser salvo, yo era un estudiante de la universidad de veintiún años de edad, quien vivió de fin de semana a fin de semana, atado por los hábitos pecaminosos y apetitos que son parte de la vida de muchos estudiantes universitarios. Entonces fui salvado. Nadie me dijo que no hiciera las cosas pecaminosas que había hecho antes, Dios quitó al instante esas cosas de mi vida. Mis amigos llegaron durante el próximo viernes por la noche esperando que me fuera con ellos a hacer lo que habíamos hecho cada fin de semana. No supe cómo explicar lo que me había pasado, yo simplemente les dije: “Yo no voy a hacer esas cosas nunca más”. Y no las hice más, no porque alguien se me dijo que no debería, sino porque Dios había cambiado mi corazón en un instante. ¡Fue una experiencia de crisis, e hizo una diferencia en mí! Eso es lo que ocurre cuando somos salvos.
Es cierto que no todos se salvan de la misma forma. Usted puede no estar en el camino a Damasco. Usted puede no ser carcelero, o estudiante universitario de veintiún años de edad, cuando responde a la verdad del Evangelio y experimenta la salvación de Dios. Pero cuando reciba la salvación, sea en el lugar que sea, usted será una persona diferente en su interior.
Algunos tienen la ventaja de aprender temprano y comprender la voluntad de Dios para salvarse cuando son muy jóvenes. Ellos no pueden tener una experiencia de crisis en el sentido en que lo tiene una persona mayor, pero aún existe un momento en el que se encuentran muy conscientes de su necesidad del perdón de los pecados. Ellos hacen una oración simple, confiando en Jesús y son salvos.
No importa cuáles sean nuestros antecedentes, tenemos algo que hacer. Pablo lo dijo de esta manera: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Sin embargo, estas acciones no nos salvan. La transformación se lleva a cabo a través de una operación de Dios en el corazón, porque Pablo continúa diciendo, “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10).
Hoy en día, el Salvador del mundo está dispuesto a escuchar la oración del pecador y perdonar los pecados. Pablo nos asegura: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:13). Si usted aún no ha sido salvo y siente que el Señor está llamando a su corazón, aproveche esta oportunidad. Haga una oración sincera, admitiendo que ha pecado y que necesita ayuda del Cielo. Confiese a Dios lo que ha hecho mal; Él lo sabe de todos modos. Aléjese de todo pecado en su vida, ¡y crea que Dios escucha su oración y lo salva!
La urgencia de hacer las paces con Dios y experimentar Su salvación es inconmensurable. ¡No hay nada más importante! La salvación es un acto milagroso de Dios, y Él está esperando hoy para responder a los que se vuelvan con todo su corazón hacia Él.
Darrel Lee es Superintendente General de la Iglesia de la Fe Apostólica y pastor de la iglesia principal en Portland, Oregon, Estados Unidos.