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Triunfo Sobre la Pérdida

Testimonios

El Señor ha hecho algo muy especial por mí. Fui criado por padres maravillosos, y Dios usó el amor que yo sentía en nuestro hogar para llevarme hacia Él. Eso no quiere decir que la vida era fácil para nosotros. Mi hermano mayor tuvo tuberculosis, yo tuve fiebre reumática y mi padre estaba lisiado con una forma rara de artritis que le impedía conducir un automóvil o incluso vestirse por él mismo. Sin embargo, yo sabía que mis padres confiaban en el Señor para darles fortaleza y orientación en cada decisión que tenían que tomar. Sabía que cuando me llegara el tiempo para establecer un hogar propio, querría que éste fuera un hogar Cristiano.

Mientras era una pequeña niña yo le había dado mi corazón al Señor. Cuando estaba en el noveno grado, sin embargo, sentí la necesidad de renovar mi compromiso de dedicar mi vida a Dios. Necesitaba orientación para tomar decisiones de carrera y escuela, y yo quería tomar las decisiones correctas poniendo a Cristo en el centro de mi vida. Dios bajó y salvó mi alma, me santificó y me bendijo con el bautismo del Espíritu Santo. Mientras hacía consagraciones profundas al Señor, no tenía idea de lo que el futuro me reservaba. Me sentía segura, sin embargo, de que si mi mano estaba en la Suya, todo estaría bien.

Eso se ha demostrado ser cierto. Él me ha ayudado en cada situación. Cuando tenía dieciocho años, me casé con Naim, un joven estudiante libanés. Él se había salvado mientras estudiaba en los Estados Unidos, y nosotros establecimos un hogar Cristiano juntos. Mi esposo quería volver a Líbano para contarle a su familia del cambio que el Señor había hecho en su vida. Cuando nuestro hijo tenía seis meses de edad, partimos a una estancia de un año en Beirut.

Mientras estábamos en Líbano, mi esposo predicó su primer sermón, y continuó ayudando en el ministerio cuando nos reubicamos en Hawai un año después. Nuestra familia creció para incluir una pequeña niña, y entonces nos regresamos a Portland, Oregon. Sentíamos que finalmente habíamos llegado al hogar en el cual podríamos establecernos y continuar con nuestras vidas.

Yo había experimentado las aflicciones de aprender a cocinar, de descubrir qué significaba ser una esposa y una madre, de aprender un idioma extranjero y de adaptarme a una cultura diferente. Sin embargo y sin importar lo difícil que algunos de estos problemas habían parecido en su tiempo, no eran nada comparados con lo que pronto me sobrevendría.

Una mañana, le decía adiós a Naim mientras se iba en un viaje de negocios. Mientras transcurría lo que pareció como cualquier otro día normal, recibí una llamada telefónica que drásticamente cambió mi mundo. Un policía me informó que mi esposo había estado en un accidente automovilístico y no esperaban que viviera.

No hay manera para describir lo que sentía al colgar el teléfono. Confusión, incredulidad y temor se vertieron en mi vida en un momento. Encontré que era imposible de entender la realidad de lo que pasaba. Mientras nos apresurábamos al hospital, la palabra “viuda” venía a mi mente. Estaba tratando de enfrentarme con lo que esa palabra significaría para mí.

Sí, Naim murió. Durante los primeros días después del funeral, recuerdo ver a mi hijo de cuatro años de edad y a mi hija de once meses ir a la puerta de la cocina cada noche, esperando a un padre que nunca más regresaría. En ocasiones como esa, le clamaba a Dios y le pedía que mitigara el vacío y que nos ayudara a todos a ajustarnos.

A veces me preguntaba cómo sería capaz de crear la seguridad que mis niños necesitaban. Fue durante una de esas ocasiones que Dios bajó la promesa a mi corazón de que Él sería un “padre de huérfanos”. ¡Cómo me apoyé sobre esa promesa! El Señor me trajo consuelo mientras comenzaba a darme cuenta de que todo esto era parte de Su plan perfecto.

Además de ayudarme con las necesidades de los niños, Él también me dio el consuelo que necesitaba para ser fuerte. Siempre me había asustado permanecer en casa sola. Leería tarde en la noche hasta agotarme, esperando dormirme. Una noche mientras estaba orando, le rogué al Señor que quitara ese temor. Recuerdo ver nuestra casa en mi imaginación con una gran sábana blanca cayendo sobre ella. La promesa vino a mí, “No te desampararé, ni te dejaré”. El Señor lo hizo tan real y confortante que nunca tuve que luchar contra esos temores nuevamente.

El Señor nos ayudó de otras maneras también. Por ejemplo, yo quería darles lecciones de piano a mis niños de manera que pudieran participar en la música de la iglesia, pero yo no podía costear un piano. Oré sobre eso, y aunque nunca le hablé a nadie de mi deseo, en menos de una semana alguien llamó y me preguntó si tenía lugar para guardar un piano en nuestra casa. ¡Lo guardamos hasta que los niños habían crecido!

Mis necesidades no estaban todas relacionadas con los niños. Estaba joven, solitaria y tratando de ajustarme a mi manera. Como esposa, mucha de mi vida de oración había girado alrededor de mi deseo de ser una compañera sustentadora para Naim. Como una viuda, eso ya no era más un punto. Le tuve que pedir a Dios que me ayudara a averiguar quién se suponía que yo debiera ser. A veces, después de que los niños se iban a la cama, las compuertas de mis emociones se abrirían y las lágrimas fluirían. Durante esas ocasiones, el Señor se convirtió en mi Amigo especial. Él suavemente me guió y me ayudó en los puntos duros.

Dios me proveyó con un buen trabajo e hizo posible que fuera a la universidad a un costo muy bajo. A través de mi trabajo, tuve muchas oportunidades de compartir con otros lo que el Señor había hecho por mí.

Un nuevo capítulo de mi vida comenzó un día mientras le tendía la mano a un conocido del trabajo cuya esposa acababa de morir. Dios le proveyó con el mismo consuelo que Él me había dado durante mis tiempos difíciles. Neal llegó a ser Cristiano, y después de un año de noviazgo, nos casamos. Dios continúa siendo el centro de nuestra vida, y Él es muy precioso para nosotros dos. Amo el Señor con todo mi corazón y estoy tan agradecida de tenerlo a mi lado cada día.