Mis padres se divorciaron cuando yo era muy joven y crecí sin un padre. Mi madre trabajaba para mantenernos a mi hermana y a mí, así que ella no siempre podía mantener un ojo en lo que estábamos haciendo.
A una edad muy temprana, a los diez años, empecé a fumar cigarrillos, los cuales le robaba del novio de mi madre. Al principio era sólo un cigarrillo aquí y allá, pero al eventualmente fumaba un paquete al día. Al año siguiente, empecé a fumar marihuana y me metí en muchas otras cosas. El año después de eso, empecé a pararme afuera de las tiendas de licores y pidiéndole a gente que iba entrado si comprarían cerveza para mí y mis amigos. Me dirigía por el camino equivocado, y rápidamente me estaba convirtiendo en un chiquillo problemático—uno de esos del que las madres advierten a sus hijos de no salir con.
A la edad de trece años, estaba bastante confundido, pero ese año tuvo lugar un evento que tendría un impacto positivo en mi vida: mi madre fue salvada y comenzó a asistir a la Iglesia de la Fe Apostólica en Denver, Colorado, Estados Unidos.
Al mismo tiempo, fui a un concierto de rock Cristiano en una iglesia y conocí a un tipo que me dijo: “Tu corazón es como un zapato”. Explicó que podemos meter todo tipo de cosas en nuestros zapatos, pero las únicas cosas que los pueden hacer “felices” son los pies. Luego dijo que nuestros corazones son similares en que sólo una cosa puede satisfacer el agujero en ellos, y que es Jesús. Esto tenía sentido para mí, así que cuando dijo: “Vamos a orar”, yo fui.
Esa noche oré para aceptar a Jesús, y realmente quería servirle a Dios, pero no experimenté ningún cambio en mi corazón. Durante los siguientes dos años y medio, traté de servir a Dios en mi propia fuerza, y no obtuve éxito de ninguna manera. Fielmente asistí a la iglesia donde había orado, yendo a los conciertos de adoración de viernes y sábado por la noche, así como a las reuniones de la mañana del domingo. Yo estaba allí haciendo mi parte y diciéndole a los demás acerca de Dios, y pensaba que era un Cristiano, pero algo no se sentía bien. Después de las reuniones, mis amigos y yo salíamos y hablábamos de lo grande que era estar en la iglesia. Luego encenderíamos nuestros cigarrillos y estábamos allí de pie fumando y diciendo malas palabras.
Yo también estaba fumando un montón de marihuana durante este tiempo. Era la primera cosa que hacía por la mañana, y cada noche antes de acostarme, raspaba mi pipa de los usos del día para poder drogarme una vez más. Mientras tanto, estaba manteniendo mi hábito robando a mi madre y a mi abuela.
Un día mi mamá dijo algo que me golpeó como un montón de ladrillos. Ella dijo: “No sé cómo puedes pensar que eres Cristiano cuando haces cosas tan malas”. Me enfadé con ella por cuestionar mi cristianismo, y decidí que si su iglesia y mi iglesia no estaban de acuerdo en lo que significaba ser Cristiano, entonces no quería tener ninguna parte de ninguno de ellos. Después de eso, mi comportamiento salió fuera de control.
Tres meses más tarde, tuve otra discusión con mi madre. Había empezado a conducir y ella estaba preocupada de que yo manejaría bajo la influencia, así que ella hizo una pregunta muy intencionada: “¿Has fumado marihuana?” Tenía una pipa en el bolsillo de mi chaqueta en ese momento, pero inmediatamente reaccioné con indignación y me enoje amargamente, preguntándome cómo había tenido la audacia de cuestionar mi integridad.
Dios usó estos dos incidentes para hablar a mi corazón y traer una convicción pesada sobre mí. Trató conmigo sobre cómo podía mentir tan convincentemente y con tal sentimiento, como si yo creyera en la mentira. A través de esto, me di cuenta de que mi vida estaba enfrente de una bifurcación en el camino, y si seguía más adelante en el camino que estaba en ese momento, yo podría estar eternamente perdido.
Un día o dos más tarde, estaba limpiando mi habitación y me encontré con una cinta de casete de un álbum de un grupo Cristiano. Puse la cinta en el reproductor de casetes y salí al salón para sentarme y escucharlo. La canción que tocaba era acerca de una chica que se había alejado de Dios y los tiempos difíciles que ella pasó antes de finalmente rendirse y hacerlo correcto en su corazón con Él de nuevo.
Mientras estaba sentado en la silla de mi mamá, oré en voz alta, “Dios, ¿por qué yo?” Envueltos en esas palabras, había muchos pensamientos como, “Sólo tengo dieciséis años y he hecho un lío de mi vida”, “lo siento”, y “he terminado con esto”. Dios oyó mi oración y me encontró. Él bajó y tan rápido como el chasquido de un dedo hizo un cambio en mi corazón, transformando mi vida.
No me di cuenta del impacto total del cambio hasta el día siguiente. Estaba conduciendo a mi madre a algún lugar y le confesé. Le dije: “Mamá, me hiciste una pregunta el otro día y te mentí”. La pipa todavía estaba en el bolsillo de mi chaqueta, así que la saqué y comencé a desmontarla en ese momento mientras conducía. Le dije: “Yo estaba fumando marihuana antes, pero ahora he entregado mi vida a Dios”. Empecé a tirar la pipa por la ventana, pieza por pieza, y la mandíbula de mi madre se cayó. Confesarle fue muy difícil, así que esto era evidencia de que algo dentro de mi corazón realmente había cambiado.
Alrededor de una semana más tarde, algunos amigos vinieron a la casa para pasar el rato. Cuando llegaron, uno de ellos me dio un cigarrillo. Sin pensar, lo encendí y tomé un soplo. Había fumado durante seis años y traté de dejar de fumar muchas veces sin éxito, y cualquiera que fuma conoce ese sentimiento de tener que fumar uno. Sin embargo, no había nada. Sólo pensé: ¡Esto es asqueroso! Entonces me di cuenta de que había pasado una semana desde que había fumado un cigarrillo o incluso pensado en ello. El deseo por los cigarrillos había desaparecido por completo.
Han pasado veintiocho años desde que Dios hizo ese cambio milagroso en mi vida. Desde entonces me ha bendecido de muchas maneras. Él me ha dado una familia hermosa—una esposa y dos hijas—y ha sido fiel para vernos a través de cada situación difícil en la vida.
En el pasado, cuando pensaba en los amigos con los que pasaba el rato antes de ser salvado, me preguntaba cómo fui yo tan afortunado que Dios me eligió a mí. Después de todo, yo no era diferente a cualquiera de mis amigos. Ahora sé que Dios elige a todos. El terreno ante la Cruz es nivelado. Dios está continuamente llamando a cada persona. Mi vida es bendecida únicamente porque la entregué a Dios. Todo lo bueno en ella es por Su bendición. Dios no es diferente hoy de lo que era en 1988; lo que Él hizo por mí, lo hará por cualquiera que responda a Su llamado y se rinda.
Jay Larrechea asiste a la Iglesia de la Fe Apostólica en Portland, Oregon, Estados Unidos