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Un Apetito para Más de Dios

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El hambre espiritual debe ser cultivada y querida.

de un sermón por Earl Phillips

¿Alguna vez ha estado usted realmente hambriento? El hambre es una fuerza que deprava. Pasamos muchas horas trabajando para poder tener alimentos para comer, un lugar donde dormir y ropa que vestir. Aquí en los Estados Unidos, no muchos de nosotros conocen lo que significa estar muriéndose del hambre. Sin embargo, sí conocemos esa necesidad interna que nos empuja a comer.

Cuando Jesús estaba enseñando, Él siempre simplificaba el Evangelio para que el hombre común pudiera entenderlo. Él decía, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). Nosotros necesitamos de la misma hambre y sed impulsadora en nuestra vida espiritual que la que sentimos en nuestro cuerpo físico. Si dejamos que nuestro cuerpo padezca el hambre, moriremos. Lo mismo nos pasará espiritualmente—si dejamos que nuestra alma padezca hambre, moriremos espiritualmente.

El enemigo intenta decirles a las personas, “Es posible alimentar su alma con las cosas de este mundo.” Sin embargo, esas cosas nunca satisfarán por completo. ¿Qué nos ofrece este mundo? Cuando entramos al supermercado y hacemos la fila para pagar, podemos ver lo que el mundo nos ofrece en los estantes. Si encendemos la radio y escuchamos los programas de debate, ¿de qué hablan los anfitriones y las personas que llaman? ¿Qué hay en televisión? ¿Es edificante? Es evidente que este mundo está hambriento y sediento, pero no de justicia. Las cosas que se consideraban pecado, cuando yo era un joven, ahora se muestran libremente y se consideran aceptables. Tenemos que tener cuidado, o esta actitud penetrará también en la iglesia. Benitos aquellos que buscan la justicia, la pureza y la santidad. Dios puede ayudarnos a vivir una vida victoriosa.

El diablo se acercará, especialmente a los jóvenes, y les dirá, “Pueden satisfacer su hambre saliéndose sólo un poquito del camino.” Sin embargo, cuando el diablo es su maestro, no hay manera de “salirse sólo un poquito del camino.” El hijo pródigo lo entendió. Cuando se acercó a su padre y le pidió su herencia, poco se imaginó cómo sería el resto de la historia. Inició por el camino como un joven contento—sin padre ni madre que le dijeran qué hacer. Tenía dinero en su bolsillo y la Biblia nos dice que lo gastó en lo que él pensaba sería un buen rato. Pero cuando el buen rato se acabó, estaba hambriento después del alimento del puerco en el corral del cerdo.

Tengan cuidado de no probar las cosas del mundo. Isaías dijo, “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia?” (Isaías 55:2). Las cosas de este mundo no pueden satisfacerle, porqué nuestras almas necesitan llenarse del amor de Dios. Sólo él nos satisfará verdaderamente.

El hambre por justicia nos forzará a ponernos de rodillas. Un himno famoso incluye la frase, “Dulce hora de la oración.” ¿Cuánto tiempo pasamos orando? ¿Acaso simplemente nos dejamos caer sobre una rodilla y decimos, “Señor, Te doy las gracias por las bendiciones del día,” y luego nos marchamos por nuestro camino? O, ¿estamos dispuestos a pasar nuestro tiempo orando, pidiéndole a Dios que nos ayude y nos dé esa hambre?

Antes de que Jesús ascendiera al cielo, Él le dijo a Sus seguidores que esperaran en Jerusalén hasta que fueran dotados del poder desde lo Alto. Los ciento veinte de la sala superior tenían el hambre, y día tras día oraron hasta que, de pronto, “vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba” (Hechos 2:2). El Espíritu Santo les fue entregado porque padecieron suficiente hambre para seguir las instrucciones de Jesús.

El poder que cayó el Día de Pentecostés es para nosotros hoy. Pedro dijo, “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39). Esto incluye a aquellos que hoy sienten el hambre y buscarán a Dios y a Su justicia.

Mi cuñado, Earl Garrison, sintió ese tipo de hambre y fue salvado. Cuando yo era joven, él no se había salvado y yo lo idolatraba. Tenía cerveza en el refrigerador todo el tiempo. Cuando iba a su casa, podía fumar todos los cigarrillos que quería. Me recuerdo que se sentaba en un sillón fumando y simplemente tiraba las cenizas sobre la alfombra. Mi hermana le decía, “No deberías hacer eso,” y él contestaba, “Mantiene las pulgas alejadas de la alfombra.”Y yo pensaba, He aquí un hombre que es la cabeza de su hogar.

Cuando tenía dieciocho años, oré y fui salvado, y un poco más tarde ingresé al Ejército. Mientras estuve lejos, escuché que Earl había sido salvado. ¡Me quedé sorprendido! Supongo que no fue mi fe la que hizo que él se salvara. Un sábado por la noche, después que regresé a casa, un grupo de nosotros estaba en la casa de uno de los hombres de la congregación. Cuando estábamos listos para retirarnos, Earl dijo, “¿Por qué no leemos la lección de la escuela dominical de mañana antes de irnos a casa?” Me provocaba decir, “¿Podrías repetir eso?” ¡Que cambio ocurre en la gente cuando siente hambre y sed de justicia!

Dentro de Earl comenzó a crecer un hambre por su bautizo. Una mañana, mientras conducía al trabajo, parecía que los frenos de su coche le decían, “Deberías ser bautizado, deberías ser bautizado.” Earl operaba un torno en Hyster, y le pareció que todo el día le decía, “Deberías ser bautizado, deberías ser bautizado.” Mientras conducía a casa esa noche, la gloria de Dios bajó del cielo a su coche. Él simplemente condujo alrededor de la esquina y se detuvo y el poder de Dios lo bautizó allí mismo. No podía esperar llegar a casa para contarle a mi hermana. Cuando abrió la puerta de su casa, antes de que pudiera decir algo, ella le dijo, “¡Fuiste bautizado!”

En la Biblia, leemos acerca de un hombre de Etiopia. Él era responsable por las finanzas de toda Etiopia y estaba espiritualmente hambriento. Este hombre había viajada desde Jerusalén para venerar, pero cuando dejó Jerusalén, todavía tenía hambre.
Mateo 5:6 dice, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.” Dios vio a esta persona, con un corazón hambriento, conduciendo su carruaje por el desierto. Envió a Felipe, quien le predicó acerca de Jesús.

Jesús es el Único que puede satisfacer. Él es el Único que puede salvar un alma. Jesús es el Único que puede convertir al que está lleno de pecado en una criatura nueva. Ese eunuco etíope tenía hambre y sed. Cuando escuchó a Jesús, él creyó y su hambre fue satisfecha. Él dijo, “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” Sabía que había encontrado lo que quería.

El hambre viene junto a la salvación y nosotros debemos querer esa hambre. Debemos tener cuidado, porque las cosas de este mundo pueden deslizarse un poco a la vez y mitigar nuestra hambre. Una noche, cuando estaba recién casado, mi jefe ofreció comprarme una malteada de camino a casa del trabajo. Estaba buena, pero cuando llegué a casa, encontré una linda cena que mi esposa me había preparado, y yo no tenía hambre. ¡Eso no le gustó!

Lo mismo puede ocurrir con el Evangelio. Si está intentando saborear las cosas del mundo, no tendrá apetito espiritual. Si escuchas las cosas que no deberías escuchar, o si dices las cosas que no deberías decir, eso te quitará el apetito hasta que a duras penas puedas orar. Pronto, ni siquiera querrás orar. Debemos cultivar el hambre.

¿Está usted hambriento? Si no se ha santificado, ¿está hambriento por santificarse? ¿Siente ese deseo ardiente de decir, “Oh Señor, quiero ser puro; Quiero ser santo”? Jesús Cristo oró para que usted fuera santificado. Es la voluntad de Dios que usted busque y reciba esa experiencia.

Una vez santificado, necesita el bautizo del Espíritu Santo. Es para usted si está hambriento, porque la Biblia dice, “. . . porque seréis saciados” (Lucas 6:21). Esa es la promesa de Dios.

Estas experiencias, y muchas otras maravillosas bendiciones de Dios son para usted hoy. ¡Pero debe ofrecerle a Dios un corazón hambriento!

Earl Phillips es un pastor de la Iglesia de la Fe Apostólica en Medford, Oregon.