Los kilómetros a casa parecían interminables después de terminar nuestras vacaciones playeras que habían comenzado tan alegremente. Nuestra hija Pammy había dado su corazón al Señor en la reunión de campo que acababa de concluir. ¡Las pocas semanas desde entonces habían sido tan preciosas! Habíamos experimentado un nuevo sentimiento de cercanía y armonía.
Ahora volvíamos al hogar sin Pammy, pues nuestro viaje costero había terminado en la tragedia. ¡Pammy se había ahogado! Ella había sido nuestra única hija, tan preciosa a mi corazón, y ahora ya no existía.
Sucedió en un día hermoso de agosto, la última parte de nuestras vacaciones. Mi esposo y yo nos relajábamos sobre la arena, disfrutando el sol. Rob, nuestro hijo mayor, jugaba en el agua con Pammy y nuestro hijo más joven, Richie, de diez años de edad. Un grito súbito nos sorprendió de nuestra relajación. Richie vino corriendo hacia nosotros, sollozando, “Rob y Pammy están en el agua. ¡No pueden salir!” Nunca olvidaré la daga de temor que golpeó mi corazón.
Sólo Dios me sostuvo durante las próximas horas. Los salvavidas salieron, y después de un tiempo, trajeron la forma inerte de nuestra hija a la playa. Mientras ellos trabajaban en ella allí sobre la arena, mi corazón le gritó al Señor. Quería que mi Pammy viviera, sin embargo en ese momento, yo sentía que ella era Su niña. Rob fue sacado del agua, y también necesitaba ayuda. Había tragado mucha arena y agua en su intento de salvar a su hermana. Mientras Rob y Pammy estaban llevados al hospital más cercano, yo fui en la ambulancia con ellos. Recuerdo haber tocado a Pammy y haberme dado cuenta que ella ya no estaba aquí con nosotros.
El camino de regreso a nuestro hogar en Portland sin Pammy fue la cosa más dura que he tenido que encarar. Los recuerdos venían a mi mente, una tras otra. Pero en toda nuestra congoja, el Señor puso una paz maravillosa en nuestros corazones. Ni una vez algún pensamiento dudando a Dios vino a nosotros - únicamente gratitud porque Pammy había estado lista para morir. Sabíamos que ella estaba con el Señor, y había indecible tranquilidad en saber que algún día nuestra familia se reuniría.
Aunque Pammy se fue, Dios estuvo siempre con nosotros. Nueve años antes de esto, Él nos había preparado a aceptar Su plan cuando Él cambió nuestros corazones y vidas, y puso Su paz en nuestros corazones.
La madre de mi esposo había sido una Cristiana maravillosa. Un día, ella y otras madres se habían reunido para orar por sus niños díscolos. Esas oraciones fueron contestadas de una manera dramática. Primero, el Señor permitió que una tragedia casi sucediera en nuestro hogar. Estaban parientes en nuestro hogar para una reunión familiar. Mientras comíamos afuera, oímos el rechinado de un tren que frenaba sobre los rieles que corrían a lo largo de la parte de atrás de nuestra propiedad. De repente me di cuenta de que Richie, nuestro bebé de un año de edad, faltaba. Cuando nos precipitamos a la vía férrea, el conductor agitado nos contó que había visto al bebé sobre los carriles. Pero ahí estaba Richie, ¡sentado ileso al lado de la vía! El conductor no podía creer que él estuviera seguro. Él dijo que no había manera de que pudiera haber parado el tren a tiempo para evitar golpearlo. ¡Oh, cómo me habló Dios a través de ese incidente!
Unas semanas después, el duelo vino a nuestro hogar cuando mi suegra se fue para estar con el Señor. Sin embargo, a través del dolor de esa pérdida, mi esposo se salvó. Su padre le pidió que fuera a la iglesia con él una noche, y por respeto a aquel papá Cristiano, él fue. Cuando mi esposo regresó a casa esa noche, su cara brillaba. Él me contó, con lágrimas que corrían por sus mejillas, “¡Soy salvo!” Sabía en mi corazón que era cierto, aunque nunca había experimentado algo como eso. Me había unido a la iglesia del vecindario y aceptado a Cristo. Incluso enseñé en la escuela dominical y traté de vivir una vida buena. Pero esa noche, mientras miraba a mi esposo, me di cuenta que yo nunca había tenido la paz que brillaba sobre su cara.
En mi terca manera, sin embargo, le dije, “Tú ve en tu camino y yo iré en el mío”. No obstante, Dios no me abandonó en aquella condición. Él comenzó a mostrarme lo que había en mi corazón - amargura, orgullo, autosuficiencia y el criticismo contra esta iglesia y su gente. Unas noches después, estaba afuera en el jardín de rosas podando. Mientras cercenaba los brotes que se caían, sentía que cortaba cosas de mi vida. Oré, “Señor, no quiero esto en mi vida nunca más. Si Tú me haces Cristiana como mi esposo, no haré esto nunca más”.
Una semana después, fui a la iglesia con mi esposo. El Señor me dejó ver que todas mis justicias eran como trapo de inmundicia a Su vista. Vi todo el criticismo, odio y pecado, y me pregunté cómo era que Dios me podía amar.
¡Pero Él lo hacía! Mientras oraba esa noche, Dios puso maravillosa paz en mi corazón. Él se llevó la condenación y el amor por las cosas sin las cuales creí que no pudiera sobrevivir. Mi corazón se llenó de algo mucho más dulce que cualquier cosa que hubiera conocido jamás.
En los años a partir de entonces, Dios me ha mostrado que Él puede usar todas las ocurrencias de nuestras vidas para nuestro bien si nosotros lo dejamos. Podemos mirar atrás y ver el plan de Dios para nosotros aun en la tragedia. Mediante la pérdida de nuestra hija, el valor de las cosas que habíamos considerado estimadas se desapareció, y la única cosa que importaba era estar en Su voluntad.
Seis años después de la muerte de nuestra hija, hicimos nuestro primer viaje misionero a Corea. Vendimos nuestro hogar, transferimos nuestro negocio a nuestro hijo mayor, y nos mudamos a Corea, donde vivimos unos veinte años.
En la congoja y el duelo, en la soledad y el dolor, así como también en tiempos de regocijo y bendición, el pensamiento sostenido de que Jesús es mío ha sido el cimiento de mi vida.