De un sermón por Darrel Lee
El Libro de Job examina el problema del sufrimiento humano. Es el relato de un hombre íntegro, Job, quien fue el instrumento en esta divina lección de objeto. En Job 1:1 leemos una descripción de Job: “Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job; y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. Es digno de mención que todas las cuatro características atribuidas a Job en este versículo eran favorables.
Job era un hombre de familia; tuvo siete hijos y tres hijas. También era un individuo rico; el versículo 3 detalla sus posesiones: “Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos criados; y era aquel varón más grande que todos los orientales”.
Satanás cuestionó los motivos de Job para servir a Dios, afirmando que este hombre recto lo hacía sólo por los beneficios que recibió. Así que Dios permitió que Satanás probara la fidelidad de Job. Él retiró el seto protector de alrededor de Job, y Satanás tomó sus posesiones, su familia y finalmente su salud. Sin embargo, el enemigo no podía tocar el bien más valioso de Job: su fe y su confianza en Dios.
Junto con la pérdida de todo lo que él quería, los sufrimientos de Job incluían tener que soportar las acusaciones de sus amigos (usando el término “amigos” de manera bastante vaga). Después de todo lo que le había pasado, estos hombres simplemente se sentaron y lo miraron por una semana antes de que abrieran la boca. En realidad, podría haber sido más fácil para Job si ellos nunca hubieran abierto la boca. Cuando hablaron, parecían estar repletos de consejos y más consejos, pero eran ejemplos clásicos de quienes dicen palabras sin sabiduría (véase Job 38:2). Ellos claramente demostraron las limitaciones de la sabiduría humana.
Job cuestionó la razón de su sufrimiento mientras soportaba estos terribles acontecimientos. ¿Por qué Dios lo permitió? ¿Cuál era la razón por la que él estaba pasando por esto? Él no entendía lo que estaba sucediendo. Job se hacía preguntas a sí mismo, de los amigos que lo desafiaban y de Dios. Curiosamente, Dios nunca respondió a sus preguntas específicamente. El entendimiento que Job recibió al final fue que Dios es Dios. Él no debe una explicación de lo que Él permite o de lo que Él hace. ¡Él es soberano!
El Señor le habló a Job desde un torbellino, preguntando: “¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría?” (Job 38:2). Job había protestado que si sólo tuviera la oportunidad de estar en presencia de Dios y alegar su caso, llenaría su boca de argumentos. Sin embargo, cuando Dios habló, Job tenía poco que decir. Él respondió con las mismas palabras que Dios le había usado: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento?” (Job 42:2-3). En efecto, él estaba diciendo: “¿Quién soy yo para dudar de Dios o interrogarlo? ¿Quién soy yo para buscar respuestas a los misterios que Dios escoge retener?” Continuando en el versículo 3, leemos su reconocimiento: “Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía”. No había otra respuesta que el hecho de que Dios era soberano y no necesitaba justificarse a Sí Mismo, y Job llegó a esa conclusión. Él se dio cuenta de que no necesitaba una respuesta si Dios decidió no proporcionarla.
Al final de la prueba, la prosperidad de Job y su posición en la comunidad fueron restauradas, y terminó viviendo ciento cuarenta años más. En Job 42:17 leemos, “Y murió Job viejo y lleno de días”. ¡Job murió un hombre feliz! Él estaba en la voluntad de Dios, tal como lo había estado durante el período de tiempo que sufrió.
Job no sabía qué estaba pasando en el reino espiritual en su tiempo de prueba. Él no sabía que Satanás lo había acusado en presencia de Dios, implicando que su lealtad a Dios podía ser comprada. Él no sabía que Dios había concedido permiso para que el seto protector alrededor de él fuera derribado para que su prosperidad desapareciera. Él no se dio cuenta cuando Satanás volvió a Dios por segunda vez y declaró que si se tomaba la salud de Job, blasfemaría a Dios en Su presencia. Job no tenía conocimiento del hecho de que, para probar que Satanás estaba equivocado, Dios le dio permiso a Satanás para que afligiera a Job en su cuerpo físico. Todo lo que Job sabía era que él estaba sufriendo de todas las maneras imaginables, y que sus amigos insistieron en que pecado escondido era la razón de las pérdidas que había experimentado. Él no se dio cuenta de que estaba involucrado en un conflicto espiritual.
El hecho es que todos estamos comprometidos en un conflicto espiritual. Al igual que Job, no sabemos lo que ocurre entre bastidores. Lo que sí sabemos es que estamos comprometidos en la guerra espiritual con el enemigo de nuestras almas. También sabemos lo que Job aprendió: que Dios es soberano y no nos debe ninguna explicación de lo que Él nos envía.
Mientras luchamos nuestras batallas espirituales, podemos aprender algunas lecciones del hombre Job. Quizás la verdad más importante a comprender es que Job era el mismo hombre antes de que lo perdiera todo así como era en medio de la adversidad. El temple de este hombre fue revelado en esos tiempos de prueba. Era un hombre bendito, era próspero; él tenía familia alrededor de él que dependía de él, y otros en sociedad buscaron su consejo también. Sin embargo, no fue hasta que perdió todos los beneficios externos que su verdadero carácter fue revelado.
Hay siete atributos en la vida de Job que podemos aprender y modelarnos.
El primer atributo que podemos notar sobre Job es que fue un hombre de integridad. Esa integridad, descrita en Job 1:1, tenía cuatro aspectos: Job era “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. La palabra perfecto proviene de una palabra hebrea que significa “amable” o “querida”. Tal vez algunos hombres en la sociedad actual no quisieran ser caracterizados de esa manera. Sin embargo, la marca de la verdadera virilidad no es la capacidad de ladrar órdenes como prueba de la autoridad de uno. De hecho, un intento de dominar y controlar puede ser una marca de alguien que carece de virilidad. Un hombre perfecto en este sentido podría ser uno que podríamos llamar un “caballero”.
Job no sólo era “perfecto”, sino que también era “recto”. Esto ofrece una imagen de una trayectoria directa en vez de una torcida y desigual. Al mirar hacia atrás en nuestras vidas, queremos ver un registro de inalterables principios. ¡Hay valor en eso! Nuestro camino no se construye solamente los domingos cuando estamos en la iglesia. También se construye en casa, en el lugar de trabajo y en la escuela sobre una base diaria. Queremos un historial limpio y uniforme donde quiera que vayamos. Esto es lo que significa ser recto.
Job temió a Dios; era reverente hacia Él y serio en su acercamiento al Todopoderoso. Debemos tener la misma actitud y acercamiento al Señor. Job evitó el mal: se abstuvo incluso de la apariencia de maldad. Como Job, no debemos permitir entrar en nuestras vidas nada que pueda comprometer nuestra integridad. La tentación llega a todos, todos tendremos oportunidades de probar nuestro carácter, pero queremos alejarnos de cualquier cosa que pueda comprometer nuestro testimonio. La integridad es quien somos cuando nadie más está cerca. Queremos ser personas de fuertes principios morales sin importar si los demás pueden ver lo que estamos haciendo o no.
Job era un hombre de oración; llevaba una carga por su familia. En la descripción de este hombre recto se nos dice que “se levantaba de mañana y ofreció holocaustos conforme al número de todos ellos” (Job 1:5). Su familia sabía que oraba; lo vieron orar. Otros no siempre saben todo lo que encontramos en la vida, pero aprenden mucho sobre nosotros cuando nos ven frente al calor de la batalla, cuando las cosas parecen estar saliendo terriblemente mal. Job era un hombre de oración, y queremos que ese sea nuestro testimonio también. Nuestras vidas de oración constante pueden ser un ejemplo para los demás.
Con los años, ha sido interesante ver a nuestros hijos, y ahora a nuestros nietos, modelar el comportamiento de los adultos que los rodean. Cuando nuestro hijo era joven, le di una cortadora de césped de juguete. Cuando yo cortaba nuestro césped, él venía detrás de mí, empujando su cortadora de juguete. Cuando lavaba el coche, él quería un trapo para ayudar a lavarlo también, incluso cuando era tan joven que apenas podía caminar. Recientemente estuvimos en Roseburg, Oregon, Estados Unidos, celebrando el cumpleaños número noventa de mi papá. Vi a mi nieto de dos años de edad, Moisés, yendo y viniendo por el césped con un pequeño cortador de césped de juguete. ¡Él estaba ignorante sobre el hecho de que muchas de las sesenta personas presentes lo estaban observando! Él estaba modelando el comportamiento que había visto. Dondequiera que estés en la vida, tú estás poniendo un ejemplo de comportamiento, y otros lo notan. Que nuestro ejemplo incluya oración constante.
La vida de Job era de estabilidad y consistencia. En muchos sentidos era predecible. Según el capítulo 29, él había sido un juez y un magistrado respetado en la ciudad, y se le tenía en alta estima por sus buenas obras al servicio del pueblo. Él había ayudado a administrar la comunidad y a resolver las disputas hasta el punto de que incluso los ancianos y los nobles le honraban. En su tiempo de prueba, aunque sus amigos asumieron que su sufrimiento debía de haber sido causado por algún gran pecado, no podían apuntar a un solo caso en el que la conducta de Job pudiera ser criticada. Él era tan consistente, fiable y confiable. Con razón podía decir, “Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su camino, y no me aparté” (Job 23:11).
A pesar de que Job estaba desesperado por las pruebas que habían llegado a su camino, tenía esperanza. Podríamos preguntarnos cómo podría haber esperanza en la cara de la desesperación, pero sucedió en el caso de Job. A pesar de su sufrimiento, sabía que había un día mejor por venir. Afirmó: “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19:25), y creía que en su carne él vería a Dios. Todo en su vida parecía haberse despedazado alrededor de él, pero su fe y confianza en Dios todavía permanecían. En Job 23:10 leemos: “Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro”. Él no sabía si aquel que vendría como oro sería en esta vida o en la vida por venir, pero se aferró a su esperanza en Dios.
Job confiaba en Dios aunque no podía sentir Su presencia. En Job 23:8-9 leemos: “He aquí yo iré al oriente, y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré; si muestra su poder al norte, yo no lo veré; al sur se esconderá, y no lo veré”. En su punto más bajo, exclamó: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla. Expondría mi causa delante de él, y llenaría mi boca de argumentos. Yo sabría lo que él me respondiese, y entendería lo que me dijera” (Job 23:3-5). Aunque Job no pudo encontrar a Dios, creyó que Dios estaba allí y que Él tenía las respuestas a lo que estaba enfrentando.
Dios confiaba en Job. Una cosa es decir: “Voy a confiar en Dios”, pero ¿puede Dios confiar en nosotros? Dios sostuvo a Job ante Satanás como un ejemplo de fidelidad. Leemos que cuando Satanás apareció ante Él, el Señor le preguntó: “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (Job 1:8). Dios mismo podría decir de Job que él era Su siervo. Después de que se le permitió a Satanás quitarle los hijos de Job y su riqueza, Dios repitió esas mismas palabras por segunda vez, y agregó que a pesar de la tribulación que le había sucedido a Job, “todavía retiene su integridad, aun cuando tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa” (Job 2:3). Dios sabía que podía confiar en que Job triunfaría en esta prueba, así que no vaciló en permitir que Satanás hiciera lo peor.
Finalmente, vemos que Job soportó su sufrimiento con paciencia. En el Nuevo Testamento, su paciencia es mencionada por el Apóstol Santiago. Leemos: “Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:10-11). Ciertamente no aspiramos a pasar por lo que Job pasó, ¡preferiríamos aprender observando la paciencia de Job que tener la ocasión de practicarla! Santiago dijo que en la paciencia de Job vemos “el fin del Señor”, o en otras palabras, vemos el resultado. Aprendemos de Job que ¡vale la pena ser paciente!
En Eclesiastés 7:8 leemos las palabras de Salomón: “Mejor es el fin del negocio que su principio; mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu”. Aunque podamos saber dónde empezó un asunto, no sabemos siempre a dónde va a terminar. Sin embargo, ¡sabemos que el final será mejor que el principio! En última instancia, el fin es el Cielo. Simplemente llegar al Cielo será más que una recompensa por un viaje difícil.
Santiago dijo que el Señor “es muy misericordioso y compasivo”. Dios es empático con los lugares difíciles que atravesamos. En Hebreos 4:15 leemos: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades”. Tenemos un defensor que intercede por nosotros hasta en estos momentos. Vemos cómo Dios bendijo y prosperó a Job al final. Y si no veamos un resultado positivo a nuestras pruebas en esta vida, todavía lo veremos en la vida por venir.
Seguir el ejemplo de Job empieza de rodillas. Ahí es donde comienza una vida de integridad y fidelidad, y así es como continuará. ¡Aquellos que persisten en confiar en Dios a través de los momentos difíciles en la vida un día serán recompensados!
El Rev. Darrel Lee es Superintendente General de la obra de la Fe Apostólica y pastor de la iglesia central en Portland, Oregon, Estados Unidos.