UNAS POCAS SEMANAS más tarde, el sol brillaba sobre los árboles a través de la ventana cuando Ernesto despertó. Él se levantó lentamente frotándose los ojos. Un vistazo al reloj le indicó que ya había pasado el tiempo para la Escuela Dominical. Bien, él pensó. No puedo creer que mis padres no me despertaron. En realidad anoche yo les hice saber que no quería que Gabriel me siguiera predicando. Él frunció el ceño al pensar cómo Gabriel había estado hablándole otra vez acerca de su necesidad de estar preparado para la venida del Señor. Ernesto gritó: “¡Por favor déjame en paz, ¿sí? ¡Papá, dile a Gabriel que me deje de molestar. ¡He oído suficiente!” Reclamó sobre sus hombros mientras salía como un huracán de la habitación: “¡Ni tampoco trates de que vaya a la Escuela Dominical mañana!”
Ahora, en la tranquilidad de la mañana, él pensó. Tal vez si perdí la calma. Gabriel sólo hizo lo que él pensó que era para mi propio bien. Al fin y al acabo, sí quisiera ser cristiano algún día. No estoy decidido todavía.
VERSO CLAVE:
Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. — Juan 14:3
Lentamente Ernesto se paró de la cama en la habitación que compartía con su hermano Gabriel. De seguro que estaré contento cuando me vaya de casa y tenga mi propia habitación, él pensó, mientras alcanzaba sus pantalones. De un vistazo, notó que la cama de Gabriel no estaba hecha. Raro, pensó en sí, Gabriel siempre hace su cama.
Deliberadamente sin hacer su propia cama, Ernesto caminó por el pasillo hacia la cocina. Al pasar frente al baño él notó la bata de su madre amontonada sobre el piso. Su cepillo de pelo y sus ruleros estaban esparcidos por doquiera.
Bueno, pensó Ernesto. Ellos sí que se fueron deprisa. Raro, yo no oí nada.
Ernesto continuó por la casa, dirigiéndose a la mesa en la esquina donde su Papá siempre deja el periódico del domingo en la mañana. No le era permitido a nadie leer el periódico del domingo hasta que terminaran los servicios de la iglesia y le ayudarán a Mamá con la cena y los platos. Voy a leer los chistes mientras como, Ernesto pensó. Nadie se dará cuenta. Mientras entraba a la sala, él pausó, se puso perplejo. Ahí, sobre el escritorio de Papá, estaba su Biblia abierta. La camisa y pantalón de su traje estaban extrañamente puestos sobre la silla, algo escondidos en la bata que su padre siempre usaba hasta que terminaba de desayunar. Sus pantuflas estaban en el piso, parecía como si de pronto sus pies habían sido levantados de ellos.
Con una inquietud que crecía, Ernesto miraba el lugar atentamente, tratando de no comprender lo que finalmente él entendía. Entonces un terror paralizador se apoderó de él. ¿Sería posible? Sus padres le dijeron que el Señor podía venir en cualquier momento. Pero la gente ha estado hablan-do de eso por cientos de años. No podría haber ocurrido ahora. ¡O lo pudo! Una ola de náusea recorrió sobre él.
Tropezándose él se dirigió hacia el teléfono, Ernesto marcó el número de la iglesia. ¡Seguramente alguien estará allá! Esperó ansiosamente, diez, doce, catorce, timbres. Ninguno contestó. Dejó caer el auricular. Con un gemido que no podía controlar, Ernesto corrió a la cocina para encender el radio, sólo para escuchar, “ . . . la misteriosa, “ . . . desaparición instantánea de miles de personas ésta mañana . . .” Ernesto no escuchó más.
Era realmente así. En el momento, probablemente mientras Mamá se peinaba antes de comenzar el desayuno, y Papá se había sentado como de costumbre a repasar la lección de la Escuela Dominical, sucedió. Tal vez Gabriel estaba aún durmiendo, no había necesidad de despertarlo todavía, y ¿tendrían ellos la intención de despertar a Ernesto? Él nunca lo sabrá ahora, porque en ése preciso momento una trompeta celestial sonó. Solamente aquellos los que estaban pendientes oyeron y respondieron su llamado. Él, Ernesto había sido muy terco, y había rechazado una vez más. Su familia se había ido a estar con Jesús. Vestidos con vestiduras de justicia ellos estarían ahora mismo tomando parte de la Cena de las Bodas del Cordero. Ahora él comprendió por qué Gabriel le seguía diciendo: “Ernesto tú tienes que estar preparado a todo tiempo.” Ahora era demasiado tarde.
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: ¡Me Voy Hacia Arriba!