POR UN MOMENTO, hubo un gran silencio. El Juicio final se acabó, aquellos cuyos nombres no se hallaron escritos en el Libro de la Vida fueron lanzados al lago de fuego.
La multitud inmensa, se reunió alrededor del Gran Trono Blanco, estalló en un coro de tal unidad, tal armonía que nunca se oyó en la tierra. El corazón de Gabriel se lleno con un gozo inexpresable, mientras él oía las palabras las cuales parecen ser el tema del Cielo: “¡Digno es el Cordero!”
Mientras el coro de voces crecía, se engrandecía, y llenaba cada rincón del Cielo mismo, pensó Gabriel: ¿Serían unos momentos o una eternidad pasada cuando oí por primera vez esas palabras gloriosas resonar?
Había ocurrido inmediatamente después de la Cena de las Bodas del Cordero. El asombro maravilloso que Jesús mismo le servía, todavía lo tenía envuelto en tal sentimiento. Cuando Gabriel se unió a los demás congregados alrededor del Trono allí en medio del Cielo, un silencio había caído sobre ellos, un silencio casi sombrío, como que si cualquier movimiento o sonido fuese una intrusión sobre un momento de tan sagrada importancia. Entonces, resonando a través de los portales celestiales de la Gloria, habían sonado las palabras del ángel: “¿Quién es digno de abrir el libro, y de abrir sus sellos?”
VERSO CLAVE:
Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder. — Apocalipsis 4:11
De repente una inundación de gloria había llenado el lugar, y toda la área alrededor del trono fue encendida con una luz dorada. Seres en su resplandor se movían con arpas y frasquitos en las manos. Mientras Gabriel miraba, ellos caían sobre sus rostros ante el Trono. Y mientras Él, delante del cual todo el Cielo se postraba en adoración, se paró con rostro levantado, esas voces hermosas resonaron:
“Digno eres de tomar el libro, y de abrir sus sellos: porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios . . .”
Mientras esas voces se apagaban, las voces de un coro de ángeles resonó convirtiéndose en una alabanza triunfal. “Digno es el Cordero que fue inmolado para recibir poder, y riquezas, y sabiduría, y fuerza, y honor, y gloria, y bendición.” Formas angelicales, vestidas en ropas blancas y onduladas, habían rodeado el Ser Glorioso sobre el Trono.
Así como lo había hecho antes en otra ocasión, Gabriel otra vez más se hincó sobre sus rodillas, su cabeza inclinada en adoración. Las palabras que él escuchó fueron imprentadas en su corazón, en una manera en que él nunca antes las había sentido, sus verdades eternas vinieron a ser parte de él. Éste era Jesús, el mismo Dios de la tierra y el Cielo. La gloria radiante que le rodeaban era mucho más que el resplandor del sol y la luna, sin embargo, Este fue el que vino a la tierra en forma de hombre. No como un rey, pero tan sólo un bebé inocente, conocido en la tierra como el hijo del carpintero. Éste fue Aquel que fue clavado en la cruz. ¡O! ¡La angustia de aquello! Por el pecado de Gabriel. Éste fue Aquel quién había dado su Propia vida, para que así hoy Gabriel pudiera estar en el Cielo.
¿Qué podía decir él? ¿Cómo podría empezar a expresar su gratitud, la adoración que sentía en su corazón? Al fin y acabo, él sabía con perfecta claridad que todos aquellos unidos alrededor del Trono en ese mismo momento estaban pasando por la misma experiencia, la necesidad de derramar sus corazones delante de Aquel que estaba delante de ellos en resplandor divino.
¡Mi Señor y mi Dios! Su corazón gritó. ¡Lo que el Amor ha hecho por mí! Toda una eternidad de acción de gracias y alabanzas jamás lo podrían repagar. Luego escuchó su propia voz unirse con toda la multitud alrededor de Él: “Bendición, y honor, y gloria, y poder sean a aquel que está sentado sobre el Trono, y al Cordero por siempre jamás.” De un corazón lleno, derramó hacia fuera como agua sobre terreno seco, y Gabriel supo su significado en una manera que él nunca antes conoció.
“¡Digno es el Cordero!”
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: Digno Es . . .