PASEÁNDOSE POR EL PASILLO, Andrés vio a Diego meter sus manos en su armario con varios libros. Una sonrisa malvada se le apareció en su cara cuando intencionalmente se chocó con Diego.
“¿Conoces a la señorita Tetum?” Preguntó en voz resonante. “¿Comprendes? ¡Esta es Te-Tum-ba!” Diego se tambaleó y luego se puso a recoger sus libros esparcidos del pasillo. Se escucharon varias risas que vinieron de Andrés y muchos otros niños quienes vieron el incidente. Diego se puso de pie, colocó sus libros en su armario y se retiró sólo mostrando una mueca de desagrado.
Más tarde ese día, Andrés vio otra oportunidad para fastidiar a Diego. Caminó junto a él en el pasillo, se mantuvo hablando en tono muy bajo hasta que vio que pasaba cerca de la señora Stonía quien tenía fama por enviar muchas notas de detención. Entonces con una voz más alta de lo normal Andrés dijo: “Gracias, Diego, pero tú sabes que no debemos masticar chicle en la escuela.” La señora Stonía lo oyó, tal como Andrés había esperado que sucediera, y detuvo a Diego. Andrés se dirigió a la puerta de su próxima clase.
Él constantemente estaba pensando alguna travesura para intentar irritar a Diego, determinado para hacerlo enojarse. Él pensó que él había tenido éxito la vez que tropezó “accidentalmente” con Diego exactamente cuando Diego llevaba su bandeja con su almuerzo. La bandeja cayó al piso y se oyeron muchas carcajadas en el comedor de la escuela. Diego se puso rojo, recogió el desastre y después de botarlo, se puso en línea otra vez para obtener otro almuerzo por segunda vez.
El problema de Andrés era que Diego no se enfadaba, no importar lo que Andrés le hiciera. De algún modo, su fracaso en lograr que Diego estallara creaba más determinación que nunca en Andrés para lograr ese objetivo. Él quería ver a Diego enfadado tal como los otros niños. ¿Por qué actuaba Diego tan feliz y complaciente todo el tiempo?
Andrés se decía a sí mismo que Diego simplemente no estaba del todo allí o se enfadaría. Pero de alguna manera esa explicación realmente no lo satisfacía. Había algo diferente en la vida de Diego, por seguro. Pero no era un retrazado mental. Diego era un buen estudiante. Simplemente no reaccionaba como los otros niños en la escuela.
Un día Andrés decidió probar un nuevo plan. ¡Con seguridad esto haría que Diego se enfadara! Andrés se subió a un árbol cerca de la escuela, se sentó en una rama con varios globos llenos de agua. Diego siempre pasaba por ese camino cuando se dirigía hacia el autobús después de la escuela.
VERSO CLAVE: “Trata a los demás como deseas ser tratado.”
Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. — Lucas 6:31
Pero las cosas no funcionaron tal como las había planeado. Al intentar sostener los globos y agarrarse de la rama del árbol al mismo tiempo, Andrés perdió el equilibrio. Segundos después, estaba tendido en la tierra, gritando de dolor. Diego fue el primero en llegar hasta donde él estaba. Diego vio que la pierna de Andrés estaba torcida en un ángulo fuera de lo normal, por lo tanto corrió a la escuela para conseguir ayuda.
Al día siguiente en la escuela, Diego oyó que Andrés se había quebrado la pierna y tendría que estar enyesado por varias semanas. Diego se dirigió al hospital después de la escuela. Cuando Diego entró al cuarto, Andrés lo vio y le gritó. “¿Qué estás haciendo aquí? Supongo que me vas a decir que me lo merecía. Pues, no quiero oírlo. Simplemente ¡vete de aquí!”
Pero Diego se quedó parado allí. “Lo siento, Andrés. No te iba a decir algo así. Sólo pase a preguntarte cómo te sentías hoy. Te traje un paquete de historietas, y las tareas de la escuela. Pero sé que no tienes muchas ganas de conversar, así que me iré. ¡Adiós! ¡Espero que te sientas mejor pronto!” Con esas últimas palabras Diego se marchó. Y Andrés se quedó sólo, se sentía más infeliz que nunca.
Durante la tarde y noche y todo el día siguiente, Andrés se dio cuenta que él tenía mucho tiempo en mano. Pero después de la escuela, Diego lo visitó otra vez. Andrés no dijo nada esta vez, por lo menos no le gritó a Diego. Después de eso, Diego vino casi cada día, le traía la tarea escolar, las notas de las películas mostradas en clase, algunas revistas, chicle, y caramelos, incluso un par de libros de la biblioteca.
Andrés intentaba actuar como si no le importaba si Diego venía o no, pero el hecho era que si le importaba. Él estaba sólo. Diego fue el único de la escuela quien lo visitaba. Siempre estaba sonriente y alegre, y no pasó mucho tiempo que Andrés se encontró sonriendo en respuesta. Pero en lo más profundo de él Andrés todavía estaba frustrado y finalmente ya no pudo resistirlo más. Tenía que averiguar cuál era el éxito de Diego. Cuando Diego llegó la próxima tarde, Andrés fue directo al grano.
“¿Por qué nunca te enfadas, Diego? ¿Por qué no me odias después de todas las cosas que te he hecho? ¿Por qué siempre eres tan amable?”
Diego se sorprendió por este saludo abrupto. Echando su chaqueta al pie de la cama, colocó la silla al lado de Andrés sin contestar. Por fin dijo: “Bien, supongo que es porque me gustaría que fueras mi amigo.”
“¿Pero por qué, Diego? ¿Por qué eres de la manera que eres?”
Diego miró a Andrés seriamente. “Yo soy un cristiano, Andrés. Jesús quitó todo mi enojado de mí cuando Él me salvó hace un par de años. Y Él nos dijo que debemos vivir por la Regla Dorada. Yo intento hacer eso.”
“¿Tú quieres decir, tratar a los demás de la manera que quieres que ellos te traten?” Andrés pensó por un momento. “Eso debe ser, entonces. Sé que he sido malo contigo, pero tú siempre me trataste bien no importaba lo que te hiciera. Perdóname por la manera en que he actuado.”
Diego sonrió. “Esta bien, Andrés. Me alegro de que hemos resulto este problema entre nosotros.” ¡Funciona, pensó! ¡De verdad funciona! Aun si se tome algún tiempo. ¡Cuando tú tratas a los demás de la manera que quieres ser tratado, al final estarán de tu lado!
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: Persona a Persona