LA CIUDAD DE JERUSALÉN estaba atestada con gente. Sí, era la víspera de la Pascua, pero ésta multitud en que me encontraba era inusual. Miré por encima de las cabezas de aquellos que estaban cerca de mí. Parecían estarse moviendo juntos. Me voltié para salir de la multitud, con la intención de ir por una calle lateral. Haciendo el intento estaba yo en llegar, cuando de repente me tropecé con alguien. Miré su cara y era la cara de un soldado romano muy enojado. Agarrándome me gritó: “¡Tú eres justamente el que necesitamos!” Mientras él me halaba, yo trataba de quedarme atrás, explicándole que yo era nuevo a la ciudad, que justo hoy había llegado de Cirene. Él pareció no escucharme. Nunca en mi vida había estado más asustado.
¿Qué quería decir el soldado, con que yo era a quien necesitaba? Me agarró ásperamente por el brazo me guió rápidamente por la multitud. Miré alrededor . . . ¿no había nadie que pudiera ayudarme? Pero pude ver que no había ayuda para mí. Esta multitud estaba enojada, en sus rostros lo reflejaban.
De repente el soldado me empujó frente a un Hombre que cargaba una cruz pesada hecha de madera. Miré el cuerpo de ese hombre, y quedé horrorizado. Cubierto en sangre de las heridas proveniente de un látigo, era evidente que estaba mal herido. Miré Su Cara, esperando que fuera dura y cruel, la cara de alguien merecedor de tal destino. A mi sorpresa, el amor brillaba en sus ojos entristecidos que parecían mirar a lo más profundo de mi alma. La sangre goteaba de la horrible corona de espinas que estaba prensada sobre Su cabeza, pero Su boca toda golpeada e hinchada, me sonrió.
VERSO CLAVE: Jesús mudó por mí.
He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. — Juan 1:29
Me ordenaron quitarle la cruz y cárgala a Gólgota, en las afueras de Jerusalén. Los pensamientos pasaron por mi mente mientras cargaba la cruz. ¿Quién era este hombre? ¿Qué había hecho?
Cuando llegamos, los soldados me empujaon hacia un lado. Otros dos hombres estaban siendo elevados en otras cruces. Los miré, ellos lucían duros y enojados. Al darme vuelta, temblé mientras veía cómo lo clavaban a la cruz que yo había cargado. Luego lo levantaron y colocaron la cruz dentro del hoyo que se encontraba en medio de las otras dos cruces.
Parado cerca de Su cruz, lo escuché decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” ¿Quién era este hombre que podía decir: “perdónalos” aún en medio del dolor y sufrimiento y sabiendo que lo peor aun estaba por venir?
Les pregunté a varias personas que estaban paradas allí. Uno dijo que no sabía de nada malo que ese hombre había hecho, pero sabía que Su nombre era Jesús, y que había sanado a su hermano que era leproso. Le pregunté a otro quien encogió los hombros y dijo: “¿Qué sé yo? Los sacerdotes dicen que Él cree que es el Hijo de Dios.”
Mientras avanzaba la hora, no pude dejar de observar la escena cruel. Escuché a la multitud gritarle a Jesús: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz.” Luego algo extraño sucedió. El Cielo empezó a oscurecerse más y más. Pronto era tan oscuro como la noche, aunque era temprano en la tarde. Miedo y tensión se apoderó de la multitud. ¿Qué estaba sucediendo? Yo escuché a uno de los hombres que estaba en la cruz al lado de Jesús decir: “Nosotros merecemos morir por todo lo malo que hemos hecho, pero este Hombre no ha hecho nada malo.” Luego Jesús clamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”
De repente, me caí al suelo por el temblor que se sintió en la tierra. Las piedras se partieron y se rodaron por la colina. Polvo llenó el aire. ¡El ruido y los gritos de la multitud eran horribles!
Después de lo que pareció ser una eternidad, llegó a la calma otra vez. Miré al centurión quien se paró a mirar fijamente a Jesús muerto sobre la cruz. Se limpió el polvo de la cara y dijo: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios.”
Puedo decirte, que nunca olvidaré ese día. La escena en esa colina oscura está viva en mi memoria como si fuese sólo ayer. ¡Pensar que lo vi morir! ¡Que ayudé a cargar la cruz en que murió el mismo Hijo de Dios!
La historia de la Crucifixión, como Simón de Cirene debió decirla se encuentra en (Mateo 27:21), resalta una pregunta a nuestras mentes. ¿Por qué dejó Jesús toda la belleza, felicidad y amor del Cielo para venir a la tierra a ser colgado en una cruz y sufrir tan terriblemente?
Él lo hizo para que pudiésemos venir al Padre y pedir el perdón por nuestros pecados. Por la Sangre derramada de Jesús, Dios pudo decir: “Estás perdonado.”
No fue coincidencia que Cristo murió en la víspera de la pascua. Él fue el cordero perfecto de Dios. Solamente cuando Su Sangre es aplicada a nuestro corazón podemos ser liberados del pecado y la muerte eterna.
Él es un Salvador maravilloso. Él nos ama tanto que pasó todo el dolor y sufrimiento para que pudiésemos ser llamados hijos de Dios y para que podamos vivir con Él en alegría y felicidad, ahora y hasta la eternidad.
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: Los Últimos Pasos de Jesús