SALUDOS, Amigo Eleazar:
Mi esposa Roda y yo extendemos saludos a ti y a tu familia. Desde la última vez que estuviste en Jericó, mucho ha ocurrido en este lugar que creo que te será de interés.
Te estoy enviando por mano de mi mensajero, quien te lleva esta carta, los 180 siclos que me prestaste generosamente el año pasado en tiempo de impuestos. Como sabes, yo no tenía esperanza de pagarte en una fecha tan temprana, pero circunstancias notables han dado lugar a que sea posible que cumpla mis obligaciones contigo.
Seguramente recuerdas el jefe de los cobradores de impuesto aquí en Jericó, Zaqueo. ¡Seguro que lo recuerdas bien! Él fue la causa de que yo te tomara prestados los 180 siclos. Él es una figura muy importante en la historia que te contaré.
En la hora novena del segundo día de la semana pasada, mientras me preparaba para cerrar mi tienda, noté un gran número de personas moviéndose a lo largo de la calle principal como a quinientos pasos de mi puerta. Estaba curioso de ver qué atraía tanta atención, así que aseguré la puerta rápidamente y me moví para unirme a la multitud.
Lo primero que escuché, mientras me acercaba a la multitud que estaba emocionada hablando de un milagro que había sucedido. Estaban diciendo que Jesús, el Hombre del que habíamos estado escuchando en semanas pasadas, había sanado a un ciego mendigo que estaba sentado fuera de la ciudad. A pesar de lo que escuché. Tratando de escuchar más de la historia, llegué a la conclusión de que el mismo Jesús estaba en medio de la multitud. Le seguí a lo largo del camino, intentando acercarme a Él, pero la presión de la multitud era enorme.
De repente, Jesús se detuvo. Miró a lo alto de un árbol sicómoro. Por un momento se sintió un silencio en la multitud. Claramente escuché Sus palabras: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.”
Imagínate mi asombro cuando el cobrador de impuesto bajó del árbol sicómoro y se acercó a Jesús. ¿Qué hacía allá arriba? Y ¿cómo sabía Jesús que él estaba allí, o cómo sabía su nombre?
Seguramente Jesús no pensaba ir y quedarse en la casa de ¡un pecador como Zaqueo! Quizá no escuché correctamente, pero entonces oí a Zaqueo decir: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.”
Yo pensé que seguramente me engañaban mis oídos. De todos los cobradores de impuestos en el área de Jericó, Zaqueo era el más estafador y el más avaro entre ellos. Pero Jesús le respondió en un tono amable: “Hoy ha venido la salvación a esta casa.”
Mientras caminaban juntos, yo capté una mirada en el rostro de Zaqueo. ¡Parecía una persona diferente! Había un gozo y una paz que nunca se había reflejado en él. Yo sabía que algo había sucedido para hacerlo lucir así.
VERSO CLAVE: Jesús me ayudará a corregir las cosas.
Y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. — Lucas 19:8
Regresé a mi casa y le conté a Roda todo lo que había visto. Conversamos de lo sucedido varias veces en los días siguientes. ¿Qué impulsó a Zaqueo a hacer tal declaración como esa? ¿Intentaba realmente devolver todo lo que había tomado ilícitamente en todos estos años? Apenas podía creerlo.
Entonces, hace tres días, Zaqueo apareció en la puerta de mi tienda. Aunque lo que había presenciado unos días antes todavía estaban en mi mente, no pude controlar la sensación de desconfianza que me sobrecogió. Vino a mi memoria de aquel día del año pasado cuando él se apareció y me mostró esa demanda ultrajante de impuestos. ¿Qué quería él ahora?
Lo saludé civilizadamente, aunque estoy seguro que mi temor era obvio. Pero desde sus primeras pa-labras, aparentaba que realmente algo había cambiado a este hombre. “Amigo Akim, he venido a devolverte el dinero que tomé de ti injustamente. Mis calculaciones de impuestos del año pasado fueron más altas de lo debido, como seguramente te diste cuenta, pero he recibido la salvación del Señor. Te pido perdón y deseo devolverte esa cantidad cuadruplicada.” Colocó una bolsa en mi mano y se fue. Para mi asombro, cuando la abrí, encontré que contenía ¡exactamente cuatro veces la cantidad que él me había sobre cobrado.
En los próximos tres días escuché reportes tras reportes de otros quienes habían tenido la misma experiencia con Zaqueo. Recuerdas a Joaquín el que hace sandalias dos puertas de mi tienda. Zaqueo le trajo 600 siclos. Matías, el fabricante de velas, recibió 480 siclos. Y aparte de eso, estoy escuchando de los pobres con quienes Zaqueo ahora está siendo amigable. El alfarero Aram ahora tiene una rueda nueva. El hijo de la viuda Raquel tiene un manto y un par de zapatos nuevos. Los mendigos que están en línea en la calle principal han experimentado de su generosidad también.
Puedo decirte que todo el pueblo está comentando sobre eso. ¡Qué poder tan milagroso debe tener este hombre Jesús, para hacer un cambio tan grande en la vida de una persona! ¡Principalmente a Zaqueo! En cuanto a mí, nunca dudaré que Jesús es quien Él dice ser. ¡Sólo el Hijo de Dios pudo hacer esto!
Bueno, esa es la explicación de cómo puedo devolver tu préstamo tan rápido. Espero que esta carta te encuentre bien a ti y a tu familia. En tu próximo viaje a Jericó, debemos hablar ampliamente de este hombre, Jesús.
Tu amigo,
Akim.
Si Zaqueo no hubiese devuelto el dinero que injustamente había tomado, ¿creerían las personas en Jericó su declaración de salvación? El hacer correcta las cosas que una persona ha hecho mal se le llama restitución. Esa es una de las primeras evidencias visible de un corazón que Dios ha corregido. Cuando una persona pide el perdón por sus pecados, Dios trae delante de él las mentiras que ha dicho, las cosas robadas, las veces que ha engañado. Dios perdonará a la persona que prometa arreglar todas estas cosas, y Dios lo ayudará a hacer estas cosas correctas.
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: Corrige Tu Camino