MARÍA SE MOVÍA inquietamente en su cama, jalando las sábanas por debajo de su barbilla y colocando su almohada en diferente posición. Ella no podía dormir. Ya no voy a pensar más en esto, se dijo a sí misma determinadamente. Me voy a dormir y me voy a olvidar de todo.
Pero el sueño aún no llegaba.
En contra de su voluntad, toda la escena se repetía en su memoria. Había ido a la iglesia con Perla, su amiga quien vivía en la casa de a lado, no era la primera vez que ella había estado en la iglesia, pero esta vez cuando el predicador dio su sermón, fue realmente para ella. Al final los ojos del ministro parecían estar fijos en ella. Y su pregunta, aun que lo dijo calladamente, parecía ser dirigida hacia ella; “¿Verás el Cielo?”
Había intentado ignorarlo. De hecho, ella probablemente había engañado enteramente a Perla con su despedida del servicio mientras se iban de la iglesia. Cuando Perla le preguntó que si lo disfrutó, ella sólo dijo: “Oh, estuvo bien. La cantata estuvo muy bien.” Ella había dejado la conversación allí. Pero en lo profundo de su corazón ella no lo pudo ignorar tan fácilmente.
VERSO CLAVE: Gracias, Dios, por llamarme.
Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere. — Juan 6:44
Esa noche, cuando ella se acomodaba en la cama, los pensamientos que ella había estado suprimiendo toda la tarde entraron con fuerza en su mente. “¿Verás el Cielo?” Las palabras del predicador hacían eco una y otra vez en sus pensamientos. Yo no soy tan mala, ella pensó. Yo no he matado a nadie o he robado. Yo intento ser buena. Pero ¿veré el Cielo? En lo profundo de su interior ella sabía que ella no andaba bien con Dios, y eso significaba que no vería el Cielo.
Toda la tarde se había sentido desdichada, sin reírse o divertirse. ¡Ella estaba muy confundida! ¿Qué le pasaba de todos modos? ¿Por qué sólo unas pocas palabras de ese predicador esa mañana la hacían sentirse tan mal?
Fue una noche larga, y cuando finalmente llegó la mañana, María sintió como que si no hubiera dormido. Ella se sentó en la cama y suspiró. Ese sentimiento pesado y molestoso estaba todavía en ella. ¿Qué podía hacer? Ella tenía que hablar con alguien sobre esto.
María no sabía de dónde sacó el valor, pero la desesperación le dio valentía. Esa tarde, ella se encontró sentada en el estudio del pastor de Perla. Cuando empezó a explicarle sus sentimientos, fue como que si se hubiera roto una presa de agua, y toda la angustia y problemas que había estado sintiendo salieron a la superficie.
“Cuando usted preguntó si veríamos el Cielo, me sentí incomoda,” María le dijo. “Y no pude dormir en toda la noche. No comprendo lo que me está sucediendo, pero tenía que hablar con alguien.”
“María lo que tú estas sintiendo se llama convicción. Convicción significa “estar convencido de los pecados de uno.” Dios te está hablando, María. Él te está ayudado a que te des cuenta de que eres una pecadora, y que tus pecados le desagradan. Ningún pecado puede entrar al Cielo. Cuando te das cuenta que eres un pecador, Dios puede colocar el arrepentimiento en tu corazón, dolor de corazón por las cosas que has hecho mal.”
“Oh, realmente lo siento,” dijo María suavemente. “Y nunca he pasado una noche tan incomoda en mi vida. ¿Quiere decir que este mal sentimiento es Dios hablándome?” “Sí,” afirmó el predicador. “Dios no quiere que te pierdas para siempre. Algunas veces la única manera en la que Él puede hacer que la gente reconozca que lo que están haciendo es malo, es hacerles que se sientan mal. Esta es tu oportunidad María. No dejes que se vaya. Dios te está llamando ahora.”
María se sentó en silenció por un momento largo. Luego dijo calladamente: “Creo que Dios me está llamando. ¿Podría orar conmigo?”
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: Lee la Información