“¿Yo? ¿Un cristiano? ¡Ah!” Walter sacudió su puño. “No me hables de Dios. ¡Yo soy un ateo, y orgulloso de serlo!” Con eso, se alejó, maldiciendo. Nadie le hablaba de Dios. ¡Él se aseguraba de eso!
Él era su propio dueño y ninguno se atrevía a decirle lo que debería hacer. Algunas veces él trabajaba y otras veces no. Cuando necesitaba dinero trabajaba en un aserradero. Su trabajo era desbastar la madera en la última sierra. Le gustaba trabajar con la maquinaria ruidosa y los hombres ásperos, y él era tan rudo como cualquiera de ellos.
Un día mientras trabajaba planeaba lo que iba a hacer esa noche con su sueldo, era el primero en semanas. Él iba a “ponerse una buena.” Él pensó que esa era la manera de pasar un buen tiempo, la manera de ser feliz. Pero ese día, mientras trabajaba en su máquina, una Voz le habló. La Voz le dijo: “La verdadera felicidad está en el Señor.” Walter se volteo para ver quién se atrevía a decirle tal cosa a él. ¡A su asombro, no había nadie allí! Los demás hombres estaban todos alrededor del edificio, trabajando en otras sierras y maquinarias. Las sierras estaban chillando tan ruidosamente que él no pudo haber escuchado a alguien a menos que estuviera justo dentro de su oído. Luego Walter se dio cuenta de que había escuchado la Voz de Dios. Apegó su sierra y caminó hacia donde uno de sus amigos estaba trabajando. “Benito,” gritó, “acabó de tener una visita del Señor.” Su amigo lo miró sor-prendido de que Walter dijera algo sobre Dios.
VERSO CLAVE: Jesús irá conmigo.
En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas. — Hechos 10:34
Después del trabajo esa noche, Walter se fue a su casa en vez de salir a embriagarse. Cuando les contó a sus padres sobre la visita de Dios, su madre pensó que había perdiendo la cabeza. Pero su padre dijo: “Algo debió haber pasado, es día de pago, y Walter no está tomado. ¡Algo había sucedido!
¡El próximo domingo Walter fue a la iglesia! Él no había llorado desde que era un niño, pero ese día lagrimas rodaron por sus mejillas mientras escuchaba a la gente decirle que Jesús ama a todos, aun las personas que son malas y hacen problemas para los demás. Él estaba arrepentido por sus pecados, y le pidió a Dios que lo perdonara. Dios lo perdonó y cambió su vida. Ya no quería beber y pelear más. Empezó a trabajar en un empleo estable. Hasta devolvió cosas que había tomado de otras personas.
Walter aún es un cristiano. Utiliza su tiempo contándole a las personas lo que Dios ha hecho por él. Está muy agradecido que el llamado de Dios es para todos, aún para alguien que no creía que Dios era verdadero.
* * * * *
¡Que lugar tan ruidoso! Las partes rodaban en la línea de producción a una velocidad rápida. Juan era el capataz, y él se encargaba de que la línea se mantuviera moviendo. Mientras más producía, más le pagaban. Sus ayudantes no eran siempre tan rápidos como él quería que ellos fueran, y cuando las cosas se ponían lentas él gritaba, maldecía, y aventaba las cosas. Sus compañeros de trabajo le tenían miedo o se molestaban con él la mayoría del tiempo. Todos menos un joven llamado Cristian, no importaba cuanto gritara, no importaba lo que le hiciera, Cristian siempre era el mismo. Si no sonreía, al menos se quedaba callado, y no le devolvía los gritos como los demás. ¿Qué había en Cristian que era diferente?
Juan había crecido aprendiendo a pelear. Había herido la cara de un hombre tan mal que la tenía marcada de por vida. Juan no podía comprender a alguien que no peleara de regreso. A él se le había dicho que los cristianos eran así, pero nunca antes había conocido a alguien que realmente se apegara a esa manera de vivir. Él empezó a observar a Cristian cuidadosamente. Un día paró de trabajar. Él se acercó al joven, y le preguntó: “¿A qué iglesia perteneces?”
Cristian estaba sorprendido, pero le respondió: “Yo no pertenezco a ninguna iglesia. Solamente soy un cristiano.” Juan no supo qué pensar sobre una respuesta como esa. Los días después de eso él hizo varias preguntas. Juan descubrió que Cristian conoció a muchas personas que, como él había hecho, le habían dado sus corazones a Cristo Jesús. Fueron capaces de vivir sin pecado en sus vidas a través del poder que Jesús les dio.
Poco después de esto, Juan fue a la iglesia con Cristian. Aprendió que Jesús había muerto en la cruz para que todos los pecadores fueran salvos. ¡Y eso incluía a Juan también! Luego aprendió que la razón por qué la gente no se “afiliaba” a esa iglesia era porque la única manera de ser parte de eso era nacer de nuevo así como indica la Biblia. La primera vez que estuvo en la iglesia él oró y le pidió a Dios que lo perdonara. Él fue completamente transformado. Después de eso nunca perdió su temperamento, ni usó malas palabras. Hasta fue donde el hombre cuyo rostro había dejado con una cicatriz y le pidió perdón. Por el resto de su vida, donde quiera que él iba, él le dijo a las personas cómo Jesús lo había transformado.
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: ¿Servirás a Jesús?