JOCABED SE SENTÓ en su pequeña casa tratando de oír los sonidos de los pasos de María. Sus pensamientos turbados estaban en las cosas atemorizantes que le estaban pasando a su pueblo.
El Faraón había decretado que todos los bebés varones debían ser matados cuando nacieran. Pero las parteras que asistían a las mujeres hebreas en los partos habían encontrado formas de mantenerlos vivos. Derrotado en esto, él había ordenado que todos los niños fuesen tirados al río.
Muchos de los vecinos y amigos de Jocabed habían perdido a sus niños de este modo. Escasamente había una familia en la tierra que no hubiese sido afectada por esa ley cruel.
Los ojos de Jocabed se llenaron de lágrimas cuando pensó en los acontecimientos de esa mañana. Por tres meses ella había escondido a su hijo, desafiando el mandato del rey. Su esposo Amram, le había ayudado y su hija María también. Pero ahora el niño estaba muy grande para mantenerlo callado en la pequeña casa, y en las últimas semanas habían sido pasadas en agonía, temiendo que pudiera ser descubierto.
Unos días antes ella había pensado en un plan. Ella escondería al niño en un lugar nuevo, en los juncos a la orilla del río. El Faraón había dicho que los niños debían ser arrojados al río, ¿así que quién pensaría esconder a uno allí? Ella había hecho un pequeño bote de juncos, bastante grande, para sostener al niño cuidadosamente envuelto. Después de pintarlo con brea, lo dejó secar, y luego lo probó, para ver si entraba agua. Al fin estaba satisfecha de que flotaría.
Muy temprano esta mañana ella acostó al precioso niño en la canasta, y cuidadosamente le puso la tapa, asegurándose de que él pudiera respirar. “Ven María,” ella dijo suavemente, “debemos llegar al río antes de que alguien vea lo que estamos haciendo.”
VERSO CLAVE: Yo puedo confiar en Dios.
Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él, y él hará. — Salmo 37:5
De prisa las dos fueron a la orilla del río. Jocabed caminó entre los juncos, buscando un lugar donde estuviera seguro. Ella puso el botecito donde no se volcaría. “Señor Dios,” ella dijo, “este niño ahora está bajo tu cuidado. Confío en que harás lo mejor para él. Él es tuyo.” Luchando para retener las lágrimas, ella volvió donde María estaba parada. Los ojos de María estaban llenos de lágrimas. La madre pensó: ¿Qué le pasaría si todos nos vamos y lo dejamos? Ella le dijo a María calladamente: “Quédate aquí hija, para ver que pasa.”
Ahora Jocabed estaba en casa, esperando. ¿Esperando qué? Ella había encomendado al niño al cuidado de Dios. Pero ¿qué haría Dios en estas circunstancia? Ella no estaba segura. Sólo sabía que Dios le había ayudado en las cosas en el pasado. Él había oído su oración, ella lo sabía. Ahora vería que haría Él por ella, y por su hijo.
Súbitamente se percató del sonido de unos pies que corrían. La puerta de la casa fue abierta. “¡Madre!“ La voz de María era urgente. “¡Madre ven pronto!”
“¿Qué sucede? ¿Está bien el bebé?”
“Oh, sí, Madre. Ven te lo diré mientras caminamos.”
Rápidamente Jacobed siguió a su hija. Mientras caminaban rápidamente por las casitas, María habló suavemente. “Yo miraba desde la orilla del río. Iba a lanzar piedras en caso de que un cocodrilo viniera. Pero . . . ” Aquí la niña se detuvo, sus ojos se abrieron con sorpresa. “Madre, la hija del Faraón bajó al río a bañarse, ella vio la canasta, y envió una de sus criadas a ver lo que había dentro. Cuando ellas la abrieron, el niño estaba llorando. Debió darle pena por el niño, por que lo sacó de la canasta. Él dejó de llorar cuando ella lo sostuvo en sus brazos, y luego comenzó a sonreír. Ella pareció amarlo de inmediato.
“Luego le oí a ella decir: Pobre niño, él es uno de los niños hebreos. Si pudiera alimentarlo, podría quedarme con él para mí. Cuando oí eso, corrí y le pregunté si quería que yo fuera a buscar una niñera de entre las mujeres hebreas. Ahí fue que vine a buscarte. No le dije que el niño era tuyo.”
En este momento ellas estaban en el camino que conducía a la orilla del río. Jocabed miró hacia adelante y vio a la princesa con sus criadas reunidas alrededor de ella cargando al precioso niño. Lentamente, temblando en su interior, Jocabed se acercó y se arrodilló ante la princesa.
Ella miró a Jocabed, le entregó al niño en sus brazos. “Este niño es uno de los hijos de tu pueblo, pero yo lo he tomado del río y ahora es mío. Lo llamaré Moisés, porque lo tomé del río. Tómalo y cuídalo como si fuese tuyo. Yo te pagaré. A los guardias de mi padre les diré que es mi hijo. Cuando sea tiempo, yo lo llamaré y él vendrá a vivir conmigo en el palacio de mi padre.”
Silenciosamente, Jocabed se paró y se llevó a su hijo, y en unos momentos regresó a su casa. Cargando al niño cuidadosamente en sus brazos, le habló suavemente. “Moisés. Ella te llamó Moisés. Yo te llamaré así también, porque significa sacado del agua. Mi hijo, el Señor Dios de Abraham, Isaac y Jacob, ha causado que fueses sacado del río. Él te ha devuelto a mi por un corto tiempo. Mientras estés conmigo, te enseñaré acerca del único Dios verdadero. Quien sabe, quizás desde la misma casa de Faraón tal vez algún día puedas ayudar a libertar a nuestro pueblo de la esclavitud.”
Entonces Jocabed alabó al Señor. El Señor había respondido su oración.
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: Confiar en Dios