EL DOLOR POR DENTRO parece como si jamás se alegaría, un dolor crudo cómo una llaga abierta. Jesús—el que me liberó de los demonios, Jesús—el que nos enseñó cosas maravillosas, Jesús—el que sanó a los enfermos y bendijo a los niños, Jesús se fue. ¡Ha muerto!
¡Oh, la agonía de estos últimos días! Él estaba orando en el jardín cuando un grupo de hombres y oficiales llegaron y se lo llevaron. Yo no estuve ahí, pero algunos que atestiguaron el proceso jurídico ante Caifás el sumo sacerdote y Pilato dijo que no fue más que una burla. ¿Cómo puede una persona ser enjuiciada por sólo ser buena? ¿Qué había hecho mi bendito Jesús para merecer tal maltrato? Eventualmente ellos encontraron dos testigos falsos. Y los principales sacerdotes persuadieron a Pilato para que permitiera que crucificaran a Jesús. Aún la gente vociferaba que Él debía morir, y que librarán al asesino, Barrabás.
¡Crucifícalo! Todavía puedo oír el ruido del martillo cuando el centurión clavaba esos clavos en sus manos y pies. ¡Esas manos lindas de un toque suave! Todavía puedo sentir la oscuridad que cubrió la ciudad. Nosotros Le oímos llorar a su Padre: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has desamparado?” Nosotros le vimos morir. Oh, ¿cómo puede ser? ¡Nuestro propio Jesús muerto! Nosotros miramos a José de Arimatea y a Nicodemo ponerlo en la tumba. Nosotras las mujeres nos apresuramos para ir a comprar las especias necesarias. Nosotras queríamos por lo menos ungir Su pobre cuerpo y no lo podíamos hacer el día del sábado. De manera que nos levantamos de madrugada aun cuando todavía estaba oscuro, y nos apresuramos aquí a la tumba en los primeros rayos del amanecer. En el camino nos preguntamos cómo íbamos a mover la gran piedra que cerraba la tumba. Nos sorprendimos cuando nos dimos cuenta que la piedra había sido removida—estaba al lado de la entrada. ¡La tumba estaba vacía! ¿Quién pudo haber hecho esto?
VERSO CLAVE: ¡Jesús ha resucitado!
El no está aquí, El ha Resucitado, cómo El dijo. Venga y vea el lugar donde le pusieron. — Mateo 28:6
Yo corrí inmediatamente a decirles a Pedro y a Juan. Ellos también vinieron y vieron que la tumba estaba vacía.
Todos ya se han ido ahora, pero yo no puedo dejar este lugar. Yo lloro al pensar en las últimas horas. ¡Ahora Su cuerpo bendito no está aquí! Alguien se ha robado a nuestro Señor de manera que no podemos ungirlo. Mis lágrimas parecían emanar para siempre.
Mientras lloro, me agaché y bajé para mirar de nuevo dentro del sepulcro. ¿Qué es esto? Adentro hay dos seres gloriosos con vestiduras blancas. Uno está sentado a la cabeza y el otro a los pies donde el cuerpo de Jesús había estado. Con voz de compasión, ellos me preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?”
Aunque mi corazón estaba latiendo de temor yo respondo: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé a dónde se lo han llevado.”
Ellos no dicen nada más, así que me volteo y me paro afuera de la tumba. Y luego miro a un hombre. Debe ser el jardinero. Él me dice: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscáis?”
Tal vez este es el hombre que movió el cuerpo. Pues le digo: “Señor si lo ha llevado, dígame dónde le ha puesto, y yo me lo llavaré.”
Él no responde a mi pregunta. En cambio él me dice: “María.”
Ah, ¿puede ser? Ninguna otra persona dice mi nombre de esa manera: “María.” Siento escalofrío en todo mi cuerpo. Es mi Señor. ¡Él vive! Mis lagrimas se convierten en gozo que no puede contener. Me caigo a Sus pies y le digo: “Maestro.”
Mientras alargo mi brazo para tocarle, Él dice: “No me toques...más bien ve a mis hermanos.”
Me parece que no me movía lo suficiente mientras corría. ¡Oh! ¡Ese gozo puro, ¡Él ha resucitado! ¡Él ha resucitado! ¡La gloria de tal incidente!
Mientras los días pasan, revivo ese momento una y otra vez cuando Él pronunció mi nombre. Nunca lo olvidaré. Pensar que Él me permitió ser la primera persona en verle Mi gratitud no tendrá fin.
Ahora yo entiendo que Él tenía que morir para perdonarme de mis pecados. Luego se levantó para obtener la victoria sobre la muerte. Porque Su sangre ha cubierto mis pecados, yo viviré eternamente. A pesar que algún día mi cuerpo morirá, me levantaré de nuevo con un cuerpo glorificado tal cómo lo hizo Jesús.
En esas horas oscuras del Calvario, no comprendíamos que todo esto era parte del plan de Dios para salvarnos. Nosotros amábamos a Jesús cuando andábamos y hablábamos con Él. Él nos había cambiado. Ahora que miramos hacía atrás, miramos la magnitud del plan de Dios. Y apreciamos cuánto Jesús sufrió, por qué Él tomó el pecado de todas las generaciones sobre sí mismo ese día.
Cada día al despertar, en mi corazón, oigo otra vez “María.” Y mi alma espera ansiosamente el día cuando yo Le veré otra vez, y Le oiga pronunciar mi nombre.
ACTIVIDAD DE LECCIÓN: La Historia de la Resurrección